La Unión Europea no vive sus mejores momentos. Pese a las políticas de estímulo, la Europa del Sur sigue inmersa en una gran atonía económica. Hemos perdido la preponderancia y el protagonismo que antaño teníamos. Si a ello añadimos una pandemia mal gestionada, las dificultades para el suministro de vacunas, la etapa post Brexit y los populismos y nacionalismos que envenenan el espíritu europeo, no debe sorprendernos que cada Estado pretenda anteponer sus propios intereses a los de la Unión. Y un ejemplo palpable está en las dificultades vividas para negociar los fondos europeos anticovid-19.

La crisis económica motivada por la pandemia del coronavirus ha puesto de relieve que los países europeos pretenden ante todo recabar ayudas y contribuir lo menos posible. No debe extrañarnos pues que el Norte se muestre cicatero con el Sur. Europa ha sido siempre una tierra de contrastes y confrontaciones. Sigue existiendo mucha desconfianza, cuando no aversión, entre países. El Norte, el Sur, el Este y el Oeste de Europa no son realidades homologables.

Para mayores males, la situación de España no se ve con buenos ojos en las instituciones europeas. Se digiere mal que no exista un proyecto económico y político único. Preocupa el desempleo, sobre todo el pernicioso bucle de falta de oportunidades que atrapa a los jóvenes. Se piensa que los diecisiete entes autonómicos son una rémora para el crecimiento económico y el progreso social. Tampoco gusta el gobierno social-comunista. Hay muchas decisiones que chirrían ante los socios europeos. España en estos momentos no ofrece confianza.

A pesar de todo, no podemos pensar que Europa sea un fiasco total. Tampoco caer en la tentación de creer que la idea de una Europa unida, que es el viento que nos impulsa hacia un destino común de libertad y progreso, se está desmoronando. El Brexit ha sido una mala noticia; la Covid-19 es una pesadilla; los populismos y nacionalismos son una rémora, pero de todas las crisis y situaciones adversas nacen oportunidades. Y no quiero pensar qué hubiera ocurrido si cada país hubiera tenido que gestionar la compra de vacunas. En el contexto de crisis en el que nos movemos, la única forma de conseguir estabilidad y crecimiento para las próximas décadas es lograr una nueva visión de Europa. La fortaleza de la economía alemana debe servir para estimular el crecimiento del conjunto de la Unión Europea. El cambio en la presidencia de los Estados Unidos puede ayudarnos a lograr una mejor y más fructífera colaboración.

Las ayudas que Europa va a conceder a los Estados más afectados por la pandemia es el oxígeno que servirá para estimular el funcionamiento de la Unión. La posibilidad de contar con estas ayudas debe hacernos reflexionar. No serían posible sin una Europa unida. Los países europeos aislados no tienen futuro. Por ello debemos incidir en el funcionamiento de la Unión Europea con renovados valores. Entre ellos, el fomento del espíritu de la solidaridad, olvidarse de tantos criterios economicistas y pensar más en las personas. En suma, concebir una Unión donde el dogma de los mercados y el rigor presupuestario cedan ante auténticas políticas de cohesión social.

Es patente que el futuro de Europa no se adivina fácil. Pero necesitamos una Europa fuerte y unida. No debemos olvidar que en las etapas en las que se ha impulsado el crecimiento económico los europeos hemos alcanzado más bienestar. Europa se ha encumbrado siempre que ha contado con dirigentes sólidos que han fomentado el proyecto de unión. De ahí que el futuro por el que hemos de apostar sea el de una Europa más comprometida y solidaria. Si no confiamos en las potencialidades de la Unión Europea, estaremos condenados a vivir periodos de incertidumbre. Fuera de Europa hace mucho frío.