Poco puede hacerse ante la fatalidad de un destino trágico e imposible de prever. Por eso, el inasumible dolor, que ciertos acontecimientos y sucesos producen, queda parcialmente mitigado por el efecto de la resignación, esa sustancia ‘agripicante’ e inaprensible que suele liberarse tras la pesada digestión cerebral que envuelve a lo inevitable. Ello no implica ausencia de sufrimiento, pero sí el consuelo que se halla en ese fracaso que se adivina en un combate, sin armas ni armadura, contra la tozuda e implacable realidad. Al tiempo, también es cierto que en el inconformismo humano, y en su ductilidad e inteligencia, radica esa luminosa obstinación por sobrevivir y evolucionar que, como especie, nos ha llevado a sobreponernos a la adversidad y adaptarnos a la realidad que nos brinda el -a veces- aciago devenir de los días. Todo esto puede resultarnos incomprensible e insoportable, pero sabemos que es parte de la vida y, por ello, acabamos asumiéndolo. Lo que, en cambio, es intolerable es que existan medios para vencer las dificultades y que, por desidia, pereza, torpeza, imprevisión, una escasa preparación o endeblez moral, no se inviertan -todos ellos- para lograr que sanos y enfermos puedan salir victoriosas del envite del veneno de una afección o de la virulencia de una pandemia.

En este sentido, ya no son admisibles más excusas, pretextos y evasivas de unos gobernantes que tratan de disimular su inanidad aludiendo a la limitación de los recursos, a la escasez de profesionales o la inexistencia de espacios e instrumental suficientes. Porque hay cantidad de partidas presupuestarias por las que, a modo de sumidero, el gobierno vierte una parte sustancial del erario público. Y, mientras una porción de nuestros impuestos esté desembocando en el albañal, no podemos seguir soportando que nos digan que no hay más fondos para lo sustancial. Más que nada porque, mientras esperan a ser atendidos, hay ciudadanos que está muriendo por covid-19, pero también por cáncer, enfermedades cardiovasculares, etc. Y el gobierno sigue sin poner toda la carne magra del presupuesto sobre el asador. Se puede contratar a más profesionales, se pueden crear y dotar infraestructuras para atender a los enfermos (como Madrid ha hecho con el Zendal), y el ejemplo de Israel demuestra que se pueden conseguir más vacunas, y en menos tiempo, si hay disposición para pagar un precio mayor por ellas. Prioridades claras, determinación y una voluntad firme. Eso es lo que hace falta. Y justo eso es lo que más escasea.