Si no se hubiese cernido sobre nosotros la terrible pandemia que padecemos, este domingo hubiesen coincidido en el tiempo tres celebraciones: el carnaval, San Valentín y eso que muchos llaman “la fiesta de la democracia”, esto es, unas elecciones. Con la cifra de muertos diaria que nos viene machacando anímicamente desde hace casi un año, está claro que un festejo tan popular y alegre como el carnaval no debía tener lugar, ni por la normativa sanitaria que lo hace inviable, ni por el respeto que merecen las decenas de miles de personas que han fallecido y todas esas familias que han perdido a sus seres queridos.

En cambio, en lo relativo a San Valentín, al día de los enamorados, sí hay razones que animan a festejarlo de una manera especial. Ya sea cocinando con cariño para esa persona especial, recibiendo el menú a domicilio, o, si se quiere, a mesa puesta, pero en una terracita y respetando la distancia con el resto de tortolitos. O regalando flores y bombones, agasajando al ser amado con un libro o una joya, o sin nada de lo anterior, pero deshaciéndose en besos, caricias y palabras hermosas. De cualquier manera, pero sin que la fecha pase como un día más del calendario. Porque la rutina puede acabar matando el amor más frágil. Porque el confinamiento, y los problemas derivados de la convivencia continuada y obligatoria, ha resquebrajado no pocas parejas. Y porque, además, muchos han perdido la posibilidad de compartir este día con el amor de su vida, por los efectos maléficos del maldito virus que asola nuestro mundo. Por todo ello, los que disfrutamos de la suerte de tenernos aún los unos a los otros, deberíamos dar gracias y valorar esa fortuna intangible que tiene el que ama y es correspondido en el sentimiento.

Las elecciones, que son regionales y catalanas, sin embargo, no deberían tener lugar mañana de ninguna de las maneras. Se va a exponer a la ciudadanía a un riesgo innecesario. Se va a obligar a los miembros de las mesas a meterse en esas bocas del lobo que serán los colegios electorales. Y no hay duda de que, de esta cita con las urnas, solo saldrán victoriosos el virus y la abstención. Hasta los políticos que se autoproclamen vencedores serán cuestionados por el pobre apoyo popular recabado. Aunque les dará igual, si consiguen sus objetivos electorales. No tenían otra cosa mejor que hacer este domingo, porque van disfrazados todo el año y viven enamorados de su propio reflejo. Así que solo les quedaba perseguir el poder, aun a costa del sufrimiento del pueblo. Una muestra más de su innegable pasión por lo truculento.