Parece que ha hecho fortuna el concepto «fatiga pandémica» para expresar esa sensación de hastío que impera después de un año de muerte, enfermedad, confinamiento, restricciones y, en fin, estado de excepción en nuestras vidas. No niego que tenga sentido, pero no debemos extenderlo a consecuencias sociales cuyo origen está mucho más atrás.

Cuando escribo esto llevamos seis noches continuadas de manifestaciones, algaradas, vandalismo y fuerte violencia en varias ciudades de España, a raíz del encarcelamiento del rapero ilerdense de treinta y dos años Pablo Rivadulla Duró, más conocido como Pablo Hasél o, simplemente, Hasél. Estos hechos han solapado y ocultado otros de no menor importancia.

En primer lugar, la brutal agresión de dos policías fuera de servicio a una niña de catorce años y su padre en Linares el pasado 12 de febrero. Los hechos desencadenaron manifestaciones y protestas que desembocaron en enfrentamientos y disturbios, con catorce personas detenidas, decenas de miles de euros en daños y dos heridos por armas de fuego.

En segundo lugar, cuatro policías locales de Sevilla fueron rodeados y agredidos por decenas de vecinos del Polígono Norte cuando intentaban identificar a un menor que iba en moto sin casco y maniobrando irregularmente, el 17 de febrero. El resultado fue dos adolescentes detenidos y cinco policías heridos. Al día siguiente la Policía Nacional tuvo que tomar el barrio e identificar a más de ciento cincuenta personas, en una zona donde el tráfico de drogas es la actividad principal.

Estos tres hechos han ocurrido en una semana. A nadie se le escapan los elementos en común: deslegitimación de la autoridad y confrontación directa y violenta con las fuerzas del orden. Si unimos ambos conceptos nace una sola idea: rechazo a las instituciones vigentes y justificación de la violencia para subvertirlas.

A nadie se le escapa tampoco que el malestar ciudadano que late tras esta idea no nace en cuatro ideas, ni siquiera durante un año de pandemia. Miremos, por ejemplo, a Linares: entre 2010 y 2012 crecieron un 38% los demandantes de empleo, que han ido decreciendo en menor proporción que el descenso poblacional, ya que la localidad ha perdido en diez años 3.953 habitantes y solo hay 2.479 demandantes de empleo menos. El índice Gini, que mide la desigualdad, es allí de 32,9, casi seis puntos peor que en Madrid y más de cuatro que en Sevilla.

El País publicó el pasado 20 de febrero un estudio sobre la influencia de la zona en la que se vive sobre la esperanza de vida, demostrando la correlación existente, relacionada con razones socioeconómicas. Gracias a ello podemos comprobar, por ejemplo, que la calle José Bermejo del distrito de la Macarena de Sevilla, donde ocurrieron los altercados la semana pasada, se encuentra dentro del 3% de las secciones censales con más riesgo de mortalidad de España.

No, señores, no es fatiga pandémica. Es fatiga sistémica. La gente está cansada hace muchos años. Cansada de no encontrar trabajo. Cansada de salarios míseros y condiciones precarias. Cansada de ver cómo sus amigos y familiares se tienen que ir de España para encontrar futuro. Cansada de no poder pagar una vivienda digna. Cansada de ver cómo lejos de ganar derechos se van perdiendo. Cansada de la corrupción. Cansada de observar cómo quienes son responsables de todo eso se meten en el bolsillo entre 3.000€ y 15.000€ al mes, dependiendo de si son asesores de tercera fila o eurodiputados. Cansada de que nada cambie gobierne quien gobierne. Cansada de pobreza, de precariedad, de desilusión, de desesperanza, de insoportable desigualdad, de promesas incumplidas, de mentiras, de manipulaciones.

Cansadas y cansados de ver cómo son siempre los intereses de otros, y no los nuestros, los que se preservan, protegen y privilegian.

No, no es fatiga pandémica, no sigan inventando conceptos para no llamar a las cosas por su nombre. Es fatiga sistémica. De un sistema que nos olvida, que nos empobrece, que nos oprime, que nos atenaza, que nos entristece y que nos cabrea. Estamos hartas y hartos.

Da igual la excusa: un rapero encarcelado, una paliza o una intervención rutinaria de la policía. Cualquier mecha puede ya provocar que arda todo.

*Licenciado en CC de la Información