Hay que ver lo que hace Iván Redondo, me comentaba esta semana un veterano político del PP extremeño poniendo en valor el papel destacado que ha tenido Salvador Illa en Cataluña en los pasados comicios. Un ministro en teoría quemado por la gestión de la pandemia, con miles de muertos a sus espaldas, y va y gana las elecciones nada menos que en territorio comanche. Porque el candidato del PSC no gobernará, eso está claro, pero ha dado la talla hasta el punto de vencer en las urnas sacándole 50.000 votos a la segunda fuerza, ERC, y casi duplicando el número de escaños anterior. Redondo, conocido en Extremadura porque asesoró en su momento a Monago, dirigió la campaña de Illa y a nadie se le escapa que tuvo algo de culpa para que Sánchez y el PSOE apostaran por él como candidato. ¿Ese hombre reposado, objeto de miles críticas por su gestión de la pandemia, va a tener más empuje que el candidato de siempre, Miquel Iceta? Pues a la vista está que así fue. Jugada redonda.

Los resultados catalanes importan poco, por no decir nada, en Extremadura. Pero la apreciación de este veterano político popular no iba por ahí sino por la impresión que tienen algunas formaciones políticas de que esta pandemia está acabando o se llevar por delante a gobiernos enteros. El propio presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara, lo decía al principio cuando la oposición le atizaba cada dos por tres. Pero hago una pregunta: ¿Sánchez o Illa se han quemado? Pues, sinceramente, viendo el resultado catalán y comparándolo con lo obtenido por el PP o Ciudadanos, no lo tengo muy claro, si bien hay que ser conscientes de que Cataluña no es España ni tampoco Andalucía o Galicia. ¿Y aquí en Extremadura? ¿Vergeles o Vara se han quemado? Ahí estaba la duda de mi interlocutor: si este periodo los ha castigado o van a salir impunes a pesar del fiasco económico o de salud que hemos vivido en teoría como consecuencia de su gestión.

Es cierto que la gestión de la pandemia ha sido dura y en algunos momentos muy dura. Desde que el gobierno derivó la competencia a las comunidades autónomas y éstas tuvieron que lidiar con el ‘bicho’ en la segunda y la tercera ola las han pasado canutas. El nombre de Vergeles, el consejero de Sanidad extremeño, ha resultado el más conocido de la clase política extremeña en todo este tiempo y eso podía haberle hundido, lo mismo que a su jefe, pero igual que le ha hecho mella en muchos momentos, estimo que no puede considerársele muerto ni amortizado.

Ha habido que decretar cierres de bares y comercios, aplicar toques de queda, cerrar pueblos perimetralmente y prohibir desplazamientos, pero alguien tenía que tomar estas decisiones y, a la postre, la ciudadanía ha aceptado que igual que algunas resoluciones han sido desafortunadas, como el Plan de Navidad, otras han sido acertadas, como el retorno a las aulas.

Esto no se ha acabado. Nos quedan meses hasta la inmunización de rebaño y la superación de la crisis sanitaria que padecemos. Resta mucho camino por andar y puede pasar cualquier cosa, pero es verdad que, al final, la ciudadanía se mueve por derroteros muy distintos y piensa de forma muy diferente a como se presupone en los partidos políticos o en las tertulias ilustradas de periodistas.

En Extremadura queda mucha legislatura. Llegaremos al ecuador en tres meses y dos años en política son una eternidad. Ademas, deben decidirse los candidatos de una y otra formación y a estas alturas de la película no sabemos si Vara y Monago van a volver a verse las caras, si Podemos despegará o si Vox irrumpirá como en otros territorios. Por ello, plantear ahora un escenario resulta un desatino propio del que tiene una bola de cristal comprada en un bazar chino. Pero una cosa está clara: si alguien pensaba que esta pandemia iba a hundir gobiernos ya le digo yo que no. Dependerá de otros múltiples factores, pero de este me temo que no.