Aldehuela. Año de la pandemia. Salamanca en invierno. En calma. Envuelta en frío. Mañana de domingo. Un domingo más, un domingo menos. La aventura de vivir. La misma aventura de siempre. La única aventura posible.

Baja el Tormes del Clínico. Cuando era estudiante era lo que veía desde mi ventana: el Hospital Clínico. Estaba, pero estaba para otros. Ahora va estando al acecho. Al menos eso pienso ahora, río abajo, camino de celestinas, en la Aldehuela, hoy domingo, domingo de mercadillo.

Al entrar, un gitano joven, beatífico como un sacristán beatífico, me ofrece un golpe de mejunje para las manos que han de pecar tocando: noli me tangere... Agua bendita de sifón. Al fondo bragas, calcetines y demás. Ante mí, la calle -una pero larga- de los zarrios. Y la tentación de huronear. El ansia del cazador. La sed de un minuto de felicidad escondida en nosémuybienqué. A un gitano señorón le brilla de más la mercancía. Un morito vende pilas. ¿Se puede decir morito? Se lo preguntaré a Santiago, caballo blanco. Una paya gorda vende rosarios. ¿Se puede decir paya? ¿Y gorda? ¿Y rosarios? ¿Se puede decir rosarios? Ninguno es de plata. Coral y plata… Le compro una rosariera. Cinco euros. Ya no se venden rosarieras… mueren antes que los rosarios.

Y en esto, a pie de furgón, una vida puesta en venta. Por última vez. La vida muerta. En almoneda. Me acerco, miro. Le barrunto las hechuras al muerto. Óleos, acuarelas, plumillas… todas ellas estampas taurinas. Dos manolas camino de la plaza en faetón, las mantillas al vuelo... Claveles. Del pintor García Campos, una capea en Peñafiel. Buen vino en Peñafiel y mejores capeas (si comparar no estuviera ya prohibido). La compro. Soy feliz. Esculturas, bustos… todos taurinos también. Pegunto, por si me cuadra. Pregunto también, con respeto, por el muerto. “¡Ganadero de bravo!”, me contestan. Y, en almoneda, a pie de furgón una vida que ya es ida. Miro y remiro. ¡Dios, ten misericordia de nosotros! ¡Señor de toros y toreros, ten piedad de nosotros! «¿Cuánto por los zahones?», pregunta un joven de noble porte. Joven… ¡palabra magnífica! Y en eso, entre aquellos pensamientos, brumas del Tormes, en una caja de cartón, asaltándome el alma y los caminos, el «Doctrinal Taurómaco de Hache»…

«Hache» fue un aficionado entusiasta. Madrileño por más señas. Antonio Fernández de Heredia, alias «Hache», fue también un revistero taurino de postín, tanto que trajo al mundo, allá por 1905, el Doctrinal Taurómaco que lleva su firma; una pieza notabilísima de la literatura del toro. Un trabajo fruto de un encargo de la Tertulia Taurina de Bilbao en el que participaron, junto al propio «Hache», otras plumas del toro como Adolfo Martín «Maleta», cronista que fue de «El Nervión», Alejandro Echevarría «Chiquirri» de «El Noticiario Bilbaíno», Aureliano López Becerra de «La Gaceta del Norte» o Salvador Hueda de «El Porvenir Vasco».

Entre todos alumbraron una obra magistral. Un libro bellísimo por dentro y por fuera. Plena piel, grabados en oro, soberbias láminas a color entre papel cebolla… Una delicia. También por dentro. Quizá el primer tratado científico sobre la lidia y sus circunstancias. Y, además, un proyecto de reglamento para la bilbaína plaza de Vista Alegre de obligada consulta para cuantos vinieron después. Una joyita de bibliófilo (séase taurino o no se sea). Allí, a la intemperie. En una caja de cartón, junto a sus hermanos de cautiverio. Libros antiguos aromados de dehesa, cortijo y chimenea. Ahora allí, a las orillas del Tormes. Más allá, La Glorieta: Viti, Capea y Robles. La santísima trinidad del toreo salamanquino. Por donde los ojos se fugan: la inmensidad del campo charro. Pero ahora allí, ante mí, en una fría mañana de invierno, en la calle de los zarrios, aquellos libros huérfanos de dueño, libros cautivos a la intemperie...

"¿Los zahones? Doscientos cincuenta euros… ¡Están nuevos!"

Y la vida pasa camino del Duero buscando la mar por Portugal.

*Abogado