Ser más fuertes de lo que escribimos, ésta era la premisa desde la que escribía Marguerite Duras para poder soportar el dolor. Yo aprieto los dientes antes de soltar por el intrincado canal del teclado alguna simpleza, un despropósito o reflexiones sin rumbo. Pero les confieso que algunas semanas los acontecimientos se precipitan de tal forma, vienen tan cargados de intensidad política y tales dislates, que acaban por intoxicar el ejercicio de la escritura serena.

Hay dolor en el ambiente y mucha desesperanza por eso no entiendo el fuego y la ofuscación que muestra estos días la política. Aristas que se suman a la acidez de este vivir en bucle y sin horizonte.

Algunos políticos con sus acciones y discursos nos hacen sentir resquemor hacia lo que representan, siendo como es de espinoso el asunto. Parecen olvidar que la irascibilidad en el ambiente se inflama por momentos y la olla de la susceptibilidad está a punto de estallarles en la frente.

Hay en este gesto de indolencia de los citados dirigentes, un punto más allá de lo deleznable cuando se intenta obtener de ellos un mínimo de silencio por no decir decencia, que también.

El alto voltaje al que Irene Montero está sometiendo a su propio gobierno habida cuenta de la supresión del 8M, raya, no ya la maldad o estolidez sino la enfermedad de alguien que se hace llamar ministra. Claro que… Sánchez la cobija con gusto a fuerza de encaminarnos al derrumbe.

Hay en Irene un deseo de imponer a todo una intensidad extrema. No sabría decir si hasta algo violento y primitivo.

Irene intenta liquidar a media España por considerar que no sirve a sus desenfrenados preceptos; al parecer se está creando una fosa séptica de dimensiones colosales. Irene deja tu mal genio y lee a tu tocaya Némirovsky.

Dice la ministra que hay señalamiento y criminalización hacia el movimiento feminista, ¿y no será que es ella quien en tiempo récord se está cargando el movimiento? ¿no será que a base de señalar ella todo el tiempo a los demás, está socavando nuestra paciencia y buena educación?

¡Qué tremenda sandez insinuar por su parte a estas alturas que a la mujer se nos niega la calle! Pero ¿se puede ser más limitada de entendederas? O quizá es la maledicencia que ha entrado en ella como una penosa enfermedad.

No Irene, la calle no se nos niega. La calle no se abre o se cierra cuando tú lo digas. Tu no distribuyes la hora ni el ritmo ni los permisos para ejercer la libertad de estar o ser; es una gran mentira de tu maquinaria de propaganda que hayan cerrado el paso a las mujeres a la calle de la que hablas: «el derecho a la calle que tanto nos costó conseguir, la calle para estudiar, la calle para trabajar, la calle para reivindicar y conquistar derechos». Y es escucharte decir esto y mirar la calle por donde felices caminamos las mujeres sin que nos des permiso.

Esa calle está llena de mujeres todo el tiempo, mujeres que van y vienen, que pasean, que compran flores, que leen libros, que esperan a su pareja, que contemplan la hierba, que estudian el vuelo de los pájaros. Mujeres liberadas Irene. Mujeres que ya no tienen que dar cuenta a nadie y menos a otras mujeres que intentan dirigirlas.

Tu lucha feminista es muy respetable, nada que objetar, pero no uses un argumento tan quebradizo como ridículo pues con ello sólo contribuye a liquidar los auténticos postulados de la lucha por derechos aún no del todo apuntalados.

La calle por suerte está despejada, nadie, absolutamente nadie más que un virus ha secuestrado los afectos y las ganas de calle.

Esta banalización del «otro» y esta compulsiva obsesión por invadir la calle para según qué manifestaciones, fractura una entereza que asoma quebradiza por calles vacías sin Semana Santa, sin feria, sin fallas.

* Periodista