Debe de haber sido por la prohibición. Es lo único que explica la reacción del feminismo y de la parte izquierda del Gobierno (la otra es socialdemócrata) a la negativa de las autoridades a celebrar ayer el 8-M, o sea, las manifestaciones. «Ataque directo a las mujeres», dijo la feminista Irene Montero.

«Criminalización del feminismo», dijo la ministra de Igualdad. Enseguida, claro, las comparaciones, para ver hasta qué punto la reacción era exagerada, hiperbólica, como la calificó Fernando Vallespín en El País. Si se suspenden las manifestaciones del 1º de Mayo por los mismos motivos (los contagios), ¿dirán los sindicalistas que es un ataque directo a los trabajadores? ¿Denunciará la ministra de Trabajo (parte izquierda del Gobierno, también) que se pretende criminalizar el sindicalismo?

Salvo que ser feminista incapacite para comprender la realidad (y la realidad es que el virus es contagioso y que, para contagiarse, dos son multitud), se daba por hecho que este año no iba a haber 8-M en las calles. Incluso las feministas más femeninas (entiéndase... si se quiere) reconocían resignadamente que no podía ser, conscientes y concienciadas. Así pues, de no haber sido porque las manifestaciones de ayer se prohibieron, ni la ministra de Igualdad hubiera dicho que se pretendía criminalizar el feminismo ni la feminista Irene Montero hubiera gritado ¡nos quieren quitar la calle!

Sin embargo, ¿por qué se prohibieron? Las autoridades se habían limitado a recordar la instrucciones sanitarias y la necesidad de evitar ciertos comportamientos, sabiendo que eso ya se sabía y que con eso sería bastante. No hacía falta prohibir: bastaba con el sentido común. Si finalmente se optó por la prohibición es porque el sentido común es el menos común de los sentidos y en determinados casos (adolescentes o encefalogramas planos) hay que forzarlo con prohibiciones. De hecho, ¿quién podía imaginar que esas manifestaciones estaban en la cabeza y en el propósito de la feminista Irene Montero y de la ministra de Igualdad, a juzgar por cómo reaccionaron al saber que las manifestaciones no estaban permitidas, o que habían sido canceladas, como dijo la vicepresidenta Calvo (como si una revolución se pudiera cancelar). Una reacción hiperbólica, según Vallespín, que recurrió a Aristóteles para informar precisamente de que la hipérbole es un recurso de adolescentes.

Se comprende que un 8-M sin manifestaciones es como un 1º de Mayo sin sindicatos. Pero también la Semana Santa sin procesiones es una frustración y un fracaso, ahora que ya le toca, y ni los cofrades van a decir que suspender las procesiones por la pandemia es un ataque directo a los creyentes ni el Papa va a denunciar la criminalización del cristianismo.

*Funcionario