El Diccionario de la RAE ha recibido 1.000 millones de consultas on line en los últimos doce meses. Esta cifra notable viene a contradecir un poco a quienes pensábamos que nuestro hermoso idioma es pisoteado a diario una y otra vez. Y si bien ese desprecio a las letras sigue vigente, consuela saber que, en compensación, son muchos los ciudadanos que frecuentan el diccionario para resolver sus dudas lingüísticas.

Pero, cifras aparte, seguimos sin una conclusión rotunda sobre el que es para mí el tema de fondo: ¿Hasta qué punto es importante escribir correctamente? Basta darse una vuelta por los foros de Internet o las redes sociales para comprobar que escribir con corrección es la última preocupación de muchos.

Yo mismo he debatido muchas veces con quienes intentan hacer una obra literaria al tiempo que denuestan las normas gramaticales, esos ‘espíritus libres’ poco autoexigentes que desaprueban el -para mí necesario- arbitrio de la RAE.

Para desgracia de muchos, la realidad no se anda con medias tintas, y cada poco conocemos noticias sobre la distinción que se le da a la ortografía en ámbitos en los que, hasta hace poco, la buena redacción no era una exigencia.

Hoy, sin ir más lejos, he leído acerca de una prueba que ha frenado las ilusiones de numerosos aspirantes al cuerpo de Policía. El examen, tachado con razón de polémico, presentaba un listado de cien palabras, y la prueba consistía en aclarar qué voces forman parte del Diccionario de la Lengua Española (DLE) y cuáles no.

Puede que el examen fuera cruel e inoportuno (¿quién conoce hasta ese punto el diccionario?), pero nos ayuda a comprender que cada vez es mayor el interés por contratar a personas cultas, y la ortografía, como los escáneres en los aeropuertos, cumple muy bien la misión de activar las alarmas ante la menor sospecha. Son malos tiempos para la lírica, pero también para estar en contra de ella.

* Escritor