"No a la mina". Desde muchas ventanas y balcones de Cáceres campea esta pancarta, y en algún grafiti se pide que Cayetano Polo, antiguo líder de Ciudadanos, sea declarado persona non grata en Cáceres por haber fichado por Infinity Lithium, la compañía australiana que aún no ha dado su brazo a torcer, aunque lo tiene crudo: cualquier partido político que se mostrara abierto a abrir esa mina se condenaría a una derrota estrepitosa en las próximas elecciones. Por eso el alcalde Luis Salaya, el otro día, volvió a dejar clara su posición antiminera y, de paso, agitar el anticatalanismo, que eso siempre vende. Sería ya el colmo para los cacereños, que extrajeran la materia prima en Cáceres y la procesaran en Martorell.

También tiene su lógica, por otra parte, que la fábrica de baterías esté al lado de la fábrica de coches. Aunque había una hipótesis que todavía nos pone aún más los pelos de punta: que se haga una fábrica de baterías en Badajoz, y sirvamos la materia prima a esa ciudad que cada vez nos coge más delantera.

El sentimiento antiminero se nutre también de cierta xenofobia, pues encima la mina sería explotada por unos «bandidos australianos», como se lee en ciertos comentarios. Tampoco es tan raro: Australia es el primer productor mundial de litio, por lo que es lógico que en ese país se desarrollara la tecnología apropiada para extraerlo. Le siguen Chile y China, a mucha distancia. Por otra parte, la española Repsol opera en 34 países, y no solo en los poco desarrollados, como Angola o Libia. También en Canadá o en Noruega. Y las constructoras españolas, cuando pinchó la burbuja inmobiliaria, siguieron haciendo negocios en otros países, que para eso tenían personal y tecnología para edificar por doquier: yo he visto letreros de Ferrovial en Chequia y Polonia, y la ACS de Florentino Pérez engulló a Hochtief, orgullo del sector constructor alemán.

Volviendo a Noruega: esta pasó de ser un país de pescadores a ser el tercer productor mundial de petróleo, solo por detrás de Rusia y Arabia Saudí. Con la ventaja respecto a esos (o respecto a Venezuela) de que no se quedó en exportadora de crudo, sino que aprovechó la plusvalía del petróleo para modernizar toda su economía.

Recuerdo que hace unos años oía a algunos quejarse de que Extremadura, aparte de la agricultura y ganadería, tenía poco de donde sacar. «Si tuviéramos petróleo…» No se encontró el oro negro, pero sí el oro blanco, como llaman al litio, mineral codiciado en una Unión Europea que quisiera no depender, otra vez, de productores externos. Y sin embargo, ahora la gente prefiere dejarlo bajo tierra. Están en su derecho, pero no nos quejemos después de que otras regiones o ciudades avanzan y aquí nos estancamos.

Mientras en la alemana Zinnwald están eufóricos por los yacimientos de litio que han encontrado (y no temen que dejen de venir esquiadores), aquí no solo se rechaza la mina en Cáceres, sino que algunos querrían que tampoco se abriera en Cañaveral, ya que, dicen, podría perjudicar al turismo en Grimaldo, que debe ser muy importante.

A muchos la mina de litio no nos aportaría ningún beneficio, y sí más de un incordio, pero hay algo de señoritismo en esa oposición a la mina. Gracias a otras minas, las de fósforo en Aldea Moret, llegó el ferrocarril a Cáceres en el siglo XIX. El nombre de ese barrio, también conocido como «las Minas», se debe, claro, al político liberal Segismundo Moret. Gracias a esas minas Cáceres dio el estirón y se puso guapa con el Paseo de Cánovas, pero, desagradecida como suele ser, siempre tuvo estigmatizado al barrio de las Minas, sinónimo de quinquis y pobreza. Cuando uno ve dónde están esas pancartas o quiénes son los más exaltados detractores de la mina, comprueba que son gente que tiene la vida resuelta.

* Escritor