Hace unos días, revisando unas películas de nuestro cine español de los años 60, es cierto que me llamaron la atención ciertas expresiones que se vertían en los diálogos sobre comentarios con que algunos actores se referían a las actrices que, si tuvieran que escribirse ahora, ningún guionista se atrevería a hacerlo, porque serían tachados, inmediatamente, de machistas. El cine, además de entretener con sus historias, muestra unos fotogramas reales de cómo era la vida, cómo era y actuaba la sociedad en la época en que se hacía la película. Si en la época de los años sesenta, como muestra nuestro cine, las calles estaban llenas de “seínas”, y “ochocientos cincuenta”, y “dos caballos”, y “simcas 1000”, y “cuatro latas”, en muchos hogares de nuestra España también se hablaba de la misma manera que se mostraba en la película.

Y, aunque esa forma de hablar la veamos ahora absolutamente reprobable y reprochable, era así realmente, y la forma de que no se repita no es renegar y borrar esas escenas de películas antiguas que muestran realidades que ahora no aceptaríamos. Si en la película “Lo que el viento se llevó” hay mensajes xenófobos, racistas y machistas, se muestran como entonces eran y no podemos mandar a la hoguera esas obras porque no se ajustan ya a nuestra realidad. Si así actuáramos, el cine nunca mostraría, como ha hecho hasta ahora, la realidad de cada época. No podemos quitar los coches antiguos y lentos de las escenas del cine porque ahora los fabriquemos más modernos y más rápidos.

Evolucionamos teniendo presente nuestro pasado para mejorarlo en un futuro mejor, creciendo en respeto y solidaridad con los demás. De la misma manera, no podemos renunciar a los siete enanitos de Blancanieves y hacer que desfilen detrás de ella, en su lugar, siete hombretones fornidos con tabletas ventrales, para evitar mostrar la tara física de los siete enanitos. Al hilo de esto, también apuntan algunos que el lobo de Caperucita Roja mejor que fuera vegano, e incluso plantean cambiar el cuento, para que no suponga un trauma para los niños ver cómo se zampa a la abuelita tan tranquilamente, y se mete en la cama después para decirle a Caperucita que tiene los ojos grandes para verla mejor… Los niños y niñas de hoy día, no podrían ver que un lobo cualquiera se comiera de un bocado a quien se ha encargado de llevarlos y recogerlos, todos los días, del cole y preparar para ellos, también, unos suculentos bocadillos de foie gras o de nocilla. De esta forma, además, se evitaría también que apareciese en el cuento la figura del cazador, que abría la tripa del lobo para liberar a la abuelita y Caperucita, y llenarla de piedras que le harían ansiar beber y acabar ahogándose en un río cercano.

Y es que, a pesar de los cambios que se producen en los cuentos infantiles a lo largo de los años, se me antoja que el hecho de convertir de un plumazo al lobo en vegano, nos rompe a muchos los esquemas que teníamos previamente establecidos. Y no afirmo con rotundidad que romper esas ideas sea malo y que no se pueda sacar algo positivo de ello. Evolucionar es bueno siempre, y ello nos hace progresar, pero he de reconocer que, aunque ahora esté de moda, imaginarme a un lobo vegano, me cuesta bastante más de lo que podía pensarse. Sobre todo, porque me echa por tierra aquel juego mental de lógica que tantas veces he utilizado con mis alumnos, en el que les planteaba cómo podría cruzar alguien un río en una barca, para llevar a la otra orilla una oveja, un lobo y una lechuga, sabiendo que sólo podía llevar a uno de ellos en cada viaje y teniendo en cuenta que no podía dejar juntos al lobo con la oveja, ni a la oveja con la lechuga. Puesto que contábamos, entonces, con que el lobo nunca se sentiría atraído por la lechuga, el problema no resultaba complicado resolverlo.

Pero con un lobo vegano, la cosa se complica y cambia radicalmente. ¡Cómo cambiaría la versión de los tres cerditos que tantas veces les conté a mis hijos antes de dormir! El mensaje era claro: había que construir las obras que emprendiéramos en la vida sobre cimientos fuertes, seguros y sólidos, para evitar que un terrible lobo pudiera derribarlas, como les ocurrió al primero y segundo de los hermanos cerditos, que perdieron sus casas por ser construidas con materiales poco seguros y mal diseñadas. Con el lobo vegano, el mensaje tan claro del cuento se me trastoca porque adivino un final en el que cada cerdito habría construido su casa como le hubiera dado la gana, y los cuatro, lobo y cerditos, acabarían bailando juntos y alegres, retozando sobre la campiña, hinchándose a comer increíbles y apetitosos bocados de hierba fresca de la pradera.

*Ex director del IES Ágora de Cáceres