Tengo la sensación de que, cansadamente invadidos por la pandemia y la política (y no al mismo nivel, faltaría más), tenemos menos hueco para absorber otras noticias. Como si el coronavirus hubiera simplemente suspendido la vida, a la espera de una reactivación que llegará, primero, por las vacunas, y segundo, cuando alguien nos diga (de nuevo) que estamos llegando a la normalidad. No es así, claro. No sólo porque sea un sinsentido encomendarnos solo a unos poderes fácticos que trabajan tanto contra la pandemia como en post de intereses particulares. No. Sino porque a la vida es verdaderamente complicado detenerla.
¿Cuál es el valor de lo efímero? Es decir, por supuesto, sabemos lo que es pagar por ver una película, ir al teatro o un concierto. Visitar una exposición. Momentos que sólo quedan en la memoria, destinados a consumirse justo mientras se disfrutan (o sufren). Es un consumo sensorial: pagas por una experiencia que saboreas…y pierdes. Como mucho, irás por la película en formato físico, o por el vinilo o un libro sobre el tema. La ‘retención’ tendrá un coste, quizás pensado para y reservado a coleccionistas o apasionados.
Sin embargo, ¿pagaría por tener -poseer- una parte de una canción de su grupo favorito? ¿O, no sé, la esquina derecha del ‘El grito’ de Munch, o de una escultura hecha por un joven artista, del que desconoce el nombre? Si tenían dudas de que la disrupción de la pandemia no iba a transformar la sociedad de arriba abajo, sino simplemente a acelerar tendencias que ya existían, abandónenlas. Bienvenidos a la ‘criptoesfera’.
Reconozco que cuando, el pasado sábado, cenando, un buen amigo y socio me contaba la irrupción de los tokens no fungibles (’NFT’ en inglés) mi asombro crecía exponencialmente por segundos. Estos tokens son particiones de activos digitales que contienen información imposible de falsificar sobre el activo, su origen y propiedad, y que permiten a través de programación hacer transferencias con el valor del activo. Venderlo, cobrar una comisión o prestarlo, por ejemplo. Digamos que un NFT es un registro de nuestra propiedad de ese activo digital.
¿Qué se vende? Al parecer, todo. Un tuitero llamado @jack realizó el primer tuit ‘tokenizado’ y llegaron a ofrecerle 267 mil dólares por él. La semana anterior la casa de subastas Christie’s un collage digital (formado por más de 5.000 imágenes) por la electrizante cifra de…69,3 millones de dólares. Pongan ustedes los signos de admiración que quieran.
Los NFT aparecen como un perfecto formato para dar valor y proveer de liquidez a la creación artística y digital en general y, desde luego, se está convirtiendo en una imparable tendencia entre inversores y fondos especializados. Y, ahora, por supuesto, se harán una pregunta: ¿y para qué quiero yo pagar por un trozo de canción o una recopilación que poder ver gratuitamente en streaming? ¿Y si yo pago, quién me lo compra después?
Desde la ya casi prehistórica irrupción de las puntocom, esto es una muestra más de la atracción por la evolución tecnológica. Se produce una sobrevaloración de la tecnología y del proceso por encima del uso en sí. Sí, claro que los NFT’s están mostrando un precio creciente, pero ¿valor? Quizás se entienda mejor si hablamos del soporte tecnológico de estos tokens: el blockchain y las criptomonedas.
No es que ambas tecnologías no tengan valor en sí. El blockchain supone la digitilzación y securitización de muchos procesos ahora físicos y las criptomonedas pueden ser realmente útiles en un mundo donde la moneda ‘papel’ se devalúa cada día. Ocurre, como siempre, que interviene del factor humano:’la espiral financiera sobre estas tecnologías viene de movimientos especulativos.Miren siempre quien está detrás de estas olas entusiastas.
Porque lo que no tiene sentido es que las herramientas tengan un mayor coste que lo que pretenden fabricar. Al final con los NFT’s no tiene valor el meme, GIF o el vídeo sino el hecho de que haya sido tokenizado.
Sin duda, estos tokens encontrará ‘su sitio’. Tienen claras ventajas: permiten un mayor acceso a financiación, ya que cualquiera con un ordenador puede invertir (’democratizar’ la inversión, esto lo oirán pronto). Igualmente, servirán para descentralizar los servicios financieros, en los que sufrirá los intermediarios. O simplemente, cambiaremos de plataformas. Pero, ¿podremos tokenizar un viaje o una cena? En la respuesta tienen el final de esta burbuja digital. Muy ‘sexy’, eso sí.
*Abogado, experto en finanzas