Se dice que unos tocan el piano y otros lo acarrean. Se espera que los personajes públicos pertenezcan al grupo de los que tocan el piano. Es decir, que sean cultos, instruidos, éticos y estéticos; espejos de virtudes y ejemplos vivos para la juventud. En otras palabras, que, además de ser clase política o clase social, tengan “clase” y se comporten comme il faut.
La referencia a clase es ambigua. Sabemos que algunas de sus acepciones son contradictorias y pueden tener un significado peyorativo, como ocurre cuando decimos que alguien es un clasista. Igual sucede, por ejemplo, con el vocablo exquisito, que puede significar excelente, pero también puede significar remilgado. La enantiosemia a veces es paradójica. Pero, a pesar de la ambivalencia, a mí me gusta la expresión “tener clase”. En un sentido positivo lo utilizamos para distinguir a alguien, para expresar que tiene tacto para decir o hacer las cosas. Presupone tener una buena dosis de excelencia, de estar dotado de ciertos valores. Una mujer o un hombre con clase siempre gozan de distinción, de elegancia en sus modales. Este tipo de clase es lo que, entre otras cosas, debe exigirse a todo servidor público.
Pero no solo los políticos deben tener clase. Todo el que tenga relevancia social -que somos todos- debería contar con valores firmes en su modo de comportarse. Sin embargo, últimamente estamos cayendo en lo vulgar, casi en lo chabacano, cuando no en lo inmoral. En los últimos tiempos, hasta el Rey emérito ha sido un paradigma de carencia absoluta de savoir faire. Es frustrante que un hombre al que la Historia lo venía juzgando como uno de los principales artífices de la Transición, acabe como autor de conductas carentes de todo tacto, por no emplear otro calificativo. Es decir, sin clase. Su prestigio se ha ensombrecido y, pese a sus innegables méritos democráticos, en un futuro los libros acabarán empañando su obra con la mancha de conductas poco ejemplares.
Pero no solo entre reyes y hombres públicos, también entre ciudadanos de toda condición proliferan conductas alejadas de todo vestigio ético, aunque quizás porque son más mediáticos con frecuencia las redes sociales y la opinión pública se hacen eco de las conductas extravagantes de los políticos. Así nos enteramos de que existen ministros que cometen faltas de ortografía o no saben conjugar los verbos, o de hombres públicos que cada día en la tómbola del papanatismo rifan un disparate. No me gusta un gobernante que comete faltas de ortografía o que no sabe conjugar los verbos, pero menos me gusta uno que es corrupto o amoral. Y todavía menos los que en momentos difíciles juegan con el pueblo, actuando sin escrúpulos para procurarse su bienestar. Con todos estos comportamientos, unos y otros, evidencian una gran carencia de clase y de valores. Se diría que amuchas veces falta decencia y sentido común.
En estos momentos de crepúsculo y tinieblas, cuando siguen muriendo compatriotas a causa del virus asesino, parece que tenemos que resignarnos al frenesí indecente de los pensamientos posmodernos que nos ofrece una casta ilustrada de políticos pseudoprogres a los que, siendo muy magnánimos, solo se les puede catalogar de adolescentes mentales. Esperemos que comportamientos como el sainete de apoyos y retractaciones a mociones de censura o el narcisismo y la megalomanía sean las últimas evidencias del egoísmo sin límite con el que una clase política privilegiada nos regala con demasiada frecuencia.
El sufrido ciudadano solo quiere respirar una atmósfera cívica y sin estridencias. Se conforma con progresar en lo económico y vivir en paz. Desea que sus gobernantes den muestra de clase y valores. En otras palabras, que den ejemplo de honestidad y sentido común. Clase y valores son dos líneas convergentes. Pero hoy la clase y los valores no convergen en nuestro país. Se echa de menos más integridad y principios éticos más firmes. Únicamente una buena instrucción será capaz de salvarnos de un posible colapso económico, cultural y ético. Sin embargo, parece que la buena educación, a juzgar por lo insensato de algunas leyes, es una asignatura pendiente.
*Catedrático de la Uex