Primero negamos el problema por tozudez ideológica (“Venid a la manifestación”, “El machismo mata más que el coronavirus”), luego hicimos una pésima gestión sanitaria, en julio de 2020 lo dimos por finiquitado (“Hemos vencido al virus”, Pedro Sánchez dixit) y ahora, después de varias olas (ya hemos perdido la cuenta), vacunamos al trantrán, excepto a esos políticos corruptos que se cuelan con urgencia, saltándose su turno.

Las previsiones de que un 70 % de la población española estaría vacunada en verano era otra filfa propagandista. Lo único cierto es que sigue imperando un estado de alarma que obliga a los ciudadanos a acatar las decisiones de quienes no saben tomar decisiones y quienes actúan siguiendo no parámetros sanitarios, sino políticos. Y si usted tiene alguna queja, transmítasela al famoso comité de expertos… que no existe.

Hacer planes para más allá de mañana es una invitación al fracaso. No creo que Irene Lozano, presidenta del Consejo Superior de Deportes, se reafirmara hoy en lo que dijo en noviembre de 2020: que el público volvería a las canchas de fútbol antes del final del campeonato.

Quienes han llegado al final del campeonato, incluso antes de que comenzara, son sectores maltratados como el de la hostelería o el turismo. Con cierres perimetrales en todas las comunidades, los únicos que pueden vacacionar en este país son los extranjeros.

Así las cosas, nuestro único consuelo es la certeza de que ya nos queda menos. Pero ¿menos para qué? ¿Quién nos hubiera dicho cuando nos confinaron, en principio solo para quince días, que a estas alturas, más de un año después, seguiríamos con nuestras libertades básicas limitadas, cuando no cercenadas?

La nefasta gestión, los negacionistas, los fiesteros y las imprudentes reuniones familiares conforman la tormenta perfecta.

Previsiones inocuas aparte, a este coronavirus le queda cuerda para largo.

*Escritor