Observo con incredulidad cómo hay casos por los que nos da un subidón de conciencia social y en seguida plagamos las redes de «Yo soy...» tal o cual, pero no he visto que nadie lo haya hecho por la pequeña Nabody. Era una niña de dos años que llegó a Canarias en patera, con su madre y otras mujeres, hombres y nueve niños.

Nabody ha sido la víctima número 19 de la llamada ruta canaria en lo que va de año y nos da igual. Porque, como ha pasado con los muertos por el covid, nos hemos acostumbrado y solo vemos cifras y, si eso pasa con los que tenemos al lado, menos nos van a importar los que llegan de África, los refugiados de Siria, que acaban de cumplir diez años en unos campamentos que eran provisionales, o cualquier otro inmigrante.

Deberíamos tener claro que, cuando uno es feliz donde vive y tiene lo que necesita, lo básico, comida y casa, no necesita abandonar su hogar, su tierra y a su familia. Si vienen es porque están desesperados, tanto como para meterse en una barcucha, incluso embarazadas o con hijos pequeños. Uno no arriesga la vida de sus hijos por gusto.

La solución parece obvia, arreglar el problema en origen, pero choca con muchos intereses, principalmente económicos y de poder. Bien porque no le interesa a los gobernantes del propio país o a la comunidad internacional.

Pero si no participamos buscando una solución para que no tengan que emigrar, al menos merecen una acogida digna. Qué pronto se nos olvida que fuimos y seguimos siendo emigrantes, y si no que se lo pregunten a quienes han tenido que marcharse fuera para encontrar un empleo.

Pero esos son emigrantes de primera, a los de segunda, nos gustaría poder esconderlos debajo de una alfombra. Y eso es lo que se hace, dejarlos morir, devolverlos a casa, de donde, evidentemente, volverán a intentar escapar, o tratarlos como si vinieran a quitarnos lo nuestro, cuando al final solo reciben migajas o explotación y muchos acaban delinquiendo porque no les queda otra.

Solo las organizaciones no gubernamentales merecen el aplauso, por mojarse para ayudar. Son los únicos que tendrán la conciencia tranquila, los que intentaron salvar a Nabody de verdad. Quienes más poder tienen para cambiar las cosas deberían avergonzarse y actuar y el resto, no mirar para otro lado o, al menos, no juzgar gratuitamente.

*Periodista