España no es azul ni roja, no es de los unos ni de los otros. No se da la circunstancia para que reverdezcan odios. No me fastidien.

España tenía mercados en los que se inflamaban como mercancía insuperable y fresca tertulias y verduras; España tenía lonjas donde a cada paso un tendero del pensamiento te ofrecía al peso kilos de aforismos, flores y refranes. Efervescentes ferias donde se apostaba al entendimiento y la concordia. Mercadillos en los que adquirir cualquier trapillo de pensamiento, baratijas de discrepancias o joyeles de ironía.

España tenía bazares de holgadas oratorias; verdaderos encantes de humanidad en los que perderse con bolsas y carritos para ir metiendo a manos llenas cajas y cajas de prosa, elegancia, filosofía, relatos, ocurrencias y todo tipo de herramientas con las que arreglar los rompimientos.

España venía muy cansada de estar partida. Cansada del diluvio de rupturas que debió soportar a causa de su guerra civil. Venía tan aterida por la desmembración de tantos corazones… que ya parecía encaminada, bien asentada en antiguas alianzas y avenencias. No me fastidien.

La abundancia que encontrábamos en aquellos tenderetes de la mejor dialéctica se ha ido marchitando, se la han llevado en los bolsillos los genios que hasta ayer mismo estimulaban nuestro espíritu creador y nuestra capacidad para razonar.

Ahora solo hay bares y, Mercadona no cuenta porque allí se va a por el zumo exprimido. Nada que te haga pensar.

La lógica se ha ido por los bordes como las burbujas de la coca-cola. Debe ser el signo de nuestro tiempo: la sensación, la chispa, el brillo, la descarga, un rayo en la palabra, la gota de tiempo que compartimos con los otros, o sea nada, un emoticono como prueba de nuestro afecto.

Poco nos importa que la política se haya reducido a una sucesión de alfilerazos en la red de redes, Twitter. O que la ministra de Igualdad, Irene Montero, acuda al circo romano de Telecinco para contribuir a semejante desagüe de ardores biliosos.

Echo de menos aquellos pequeños colmados con aroma de limón, café y bacalao, pero aquella España está como la Atlántida…sumergida. De aquellos pellejos vidriosos que fueron nuestros abuelos, de aquellos buchitos de leche que eran una fiesta, de la naranja para todos y la sordera mal curada salimos una generación de hombres y mujeres templados; alimentados de viacrucis y calcio 20; éramos los niños a los que endulzaban con chupachups de Milrosina, aquellas piruletas aplastadas que servían para curar las llagas de la boca.

Después de todo no salimos tan mal prados de aquel agujero del hambre del que veníamos. No me fastidien. Nos dio tiempo a fabricar ilusiones y juguetes de madera.

Echo de menos estancos y kioscos que eran nuestras basílicas de azúcar, lugares donde pasar la tarde porque había que escribir cartas y engatusar la mirada con los colorines de cromos, tebeos, regalices. Y el aroma a mesa de camilla con sus tufos.

Ahora la España que emerge es la de sabiazos de Twitter, artesanos de la parodia, el meme; orfebres del espumarajo;nomos subidos al púlpito de su ombligo, imitadores de Licurgo.En pocas palabras: la enfermedad. Duele reconocerlo, pero esta infección política ha echado raíces profundas cuando más necesitados estábamos de certezas y de consuelo.

Y en medio de tan profunda oscuridad, llegan nuevos depredadores por el flanco de la farándula, Jorges Javieres que nos prometían hallazgos y tomates y que no han hecho otra cosa que implantar sus propias dictaduras. Tiranías de algodón rosa desde las que acusan, sentencian y ejecutan a la indefensa María Antonieta en la Platea de Telecinco.

Jorge I el Grande ha hecho su debut político al tiempo que Pablo I el Chico se baja de su castillo roquero para degollara Isabel I de Madrid. Mercaderías políticas aparte, sepan todos ellos que algunas victorias se pagan caras.

Cada generación tiene sus Césares, Augustos y Napoleones. Horca y oscuridad.

*Periodista