Ya sé que reírse hasta de nuestra propia sombra forma parte intrínseca del ser español. No deja de ser un mecanismo de defensa para intentar quitarle hierro a las circunstancias, cuando éstas nos superan e intentamos espantar el miedo a base de humor, aunque sea negro. Lo hemos visto, y en algunos casos sufrido, hasta la saciedad en este año largo que llevamos de pandemia. Y al principio tenía su aquel, porque en este país nuestro hay mucho arte y las risas compensaban el terror. Pero llegados a este punto, yo creo que algunos sin saber cómo nos hemos pasado al bando de los siesos y según qué bromas o memes ya no nos hacen ni puñetera gracia, porque el horno, como diría mi madre, no está para bollos. Así que tendría que volver de entre los muertos el mismísimo Gila para que yo me ría de que los alemanes o los franceses campeen a sus anchas por España esta Semana Santa, mientras sus habitantes se comen los mocos pensando en la playa o en el pueblo.

Pero es que además, no tiene ni pies ni cabeza. La misma Comisión Europea ha cuestionado la ocurrencia y le ha pedido al Gobierno de Pedro Sánchez coherencia, recordándole que el riesgo de transmisión del coronavirus es similar para los viajes nacionales y los transfronterizos. Es de cajón, vaya: de poco sirve tener las comunidades autónomas cerradas a cal y canto, si los turistas de otros países vienen de vacaciones a aliviar la fatiga pandémica. Porque no nos engañemos, a visitar museos vendrán algunos, pero otros como es natural vienen a desfasar un poco y a olvidarse de las restricciones de sus propios países aunque sólo sea por unos días. Y claro está, eso es más fácil hacerlo cuando las consecuencias no las van a pagar ni tu gente ni tu sistema sanitario.

El instinto de protección hacia los semejantes más cercanos es algo básico. Ahí están todas esas campañas lacrimógenas encaminadas a tocarnos la fibra con el quédate en casa: hazlo por tus abuelos, por tus padres, por tus vecinos, por tus niños... Seguramente en los suyos estarán pensando todos los germanos que han decidido viajar a las Baleares, a Madrid o a Barcelona estos días. En su país, los bares, los restaurantes, los gimnasios, los cines y los museos están cerrados hasta el 18 de abril. Así que me imagino que poner tierra de por medio y beberse unas cañas al sol en España les va a venir como agua de mayo. Dice la ministra de Turismo, Reyes Maroto, que la PCR negativa las 72 horas antes de su llegada, que se les exige a los que entran en avión o en barco, es un instrumento que garantiza la seguridad. Y que una vez en suelo español, se espera que respeten las mismas restricciones que los nacionales. No sé si esta señora habrá tenido oportunidad de ver las fotos o los vídeos de algunos comportamientos de estos visitantes, pero a mí me inspiran de todo menos ‘seguridad’.

A lo mejor es pura ‘resignación cristiana’, tan en contexto en estos días de fervor, lo que lleva a la mayoría a acatar que nos espera otra anunciada e inevitable cuarta ola sin rechistar más que con chistes y chascarrillos. Pero a otros este disco rayado que suena en bucle nos chirría cada vez más. Porque aunque está claro que esta vez nadie ha hablado del ‘Plan Semana Santa’, el error que se está cometiendo es el mismo: pensar en ‘hacer caja’ otra vez, y cerrar los ojos mientras nos auguran otro pico de muertes y enfermedad ‘irremediable’.

No sé cuando pasen los años cuál será la ‘banda sonora’ que de la pandemia tendrá el imaginario colectivo. Pero para mí, del emocionante ‘Resistiré’ de los primeros meses, hemos pasado al ‘María’, de Ricky Martín. ¿Se acuerdan? Ésa que decía: «...un pasito pa’alante y un pasito pa’atrás». Que yo recuerde todas las olas que se han llevado por delante hasta ahora más de 75.000 vidas se vinieron venir, pero se miró hacia otro lado por falta de cabeza o pantalones. La primera, cuando no quisieron ver que lo que pasaba primero en China y luego en Italia no nos pillaba tan lejos. La segunda, cuando todos necesitábamos disfrutar un poco del verano después del duro confinamiento. La tercera, porque había que salvar la Navidad. Y la cuarta, porque a los turistas no se les cierran las puertas. Para mondarse de risa, vaya.