Jeff Bezos ha explicado que la clave de su éxito es escribir bien. Esta aseveración por parte del hombre más rico del planeta resulta tan simplista y extravagante como si Leo Messi confesara que es el mejor futbolista del mundo porque hace muchos ejercicios de tonificación de piernas en el gimnasio.

Pero, exageraciones aparte, Bezos hace bien en salir en defensa de la buena redacción en estos tiempos en los que el lenguaje no solo es maltratado, sino, en muchos casos, reducido a cenizas, por ejemplo, en las redes sociales.

Podría pensarse que al propietario de ese monstruo de las ventas online que es Amazon habrían de interesarle mucho los dólares y poco las letras, cuando curiosamente, o al menos eso dice él, mimar las letras le ayudó a montarse en el dólar.

Aprender a escribir con corrección es un salvoconducto para pensar con eficacia sobre temas complejos, nos ayuda a comunicarnos con claridad e impulsa el desarrollo de nuestras facultades cognitivas, por no hablar de la buena imagen que damos ante el mundo.

¿Por qué, pese a tantas ventajas, nos empeñamos en redactar mal, a veces rematadamente mal, hasta límites insospechados? Aquí se juntan, creo, la mala predisposición connatural a la palabra escrita con la desidia a la hora de combatir esa carencia.

Semanas atrás comenté en esta columna el caso de un examen léxico que tumbó las aspiraciones de numerosas personas de conseguir un trabajo en la Policía. Esto demuestra que, por mucho que pensemos «k escribir mal mola mazo», podemos toparnos en cualquier momento con la exigencia de un Jeff Bezos o con los miembros de un jurado dispuesto a chafar nuestras ilusiones.

Sea porque pretendemos hacernos millonarios, por entrar en el cuerpo de Policía o porque necesitamos aprobar una oposición, la buena escritura será siempre ese vivificante oasis en el desierto, y como tal habrá que seguir premiándolo.

*Escritor