La vacunación en Europa, más que “inaceptablemente lenta”, como acaba de advertir la OMS, es solo inaceptable, en el sentido de que solo puede calificarse así. Es inaceptable también por lenta, desde luego, pero la lentitud es una consecuencia más, no la causa. Junto a la lentitud están los problemas de abastecimiento y el mercado negro, por ejemplo, también como consecuencias. E incluso está el miedo a vacunarse, que si al principio fue miedo precavido (“a ver cómo reaccionan los primeros vacunados”, Fernández Vara), hoy es miedo al tipo de vacuna: no es lo mismo AstraZeneca que Pfizer, claro, 60 trombos después. Decir que la vacunación es “solo inaceptable” no significa que sea mejor, corrigiendo el criterio de la OMS, el cual es más bien contemporizador, por cierto, severo solo en la adjetivación (una lentitud inaceptable), sino que la vacunación, en su totalidad, es inaceptable, sin más, y no cabe aplicarle paños calientes aludiendo a aspectos concretos, como la lentitud.

Por supuesto, la causa de que sea inaceptable solo puede achacarse a la gestión, la cual no puede disculparse (como sí ocurrió cuando irrumpió el virus, y así se entendió) con el desconocimiento, la imprevisión y el pasmo, pues gestionar la vacunación consistía precisamente en prever lo que podría ocurrir, a partir de lo que se sabía, sin necesidad de improvisar y evitando sobresaltos. Por seguir con el ejemplo de la OMS, la causa de la lentitud, es decir, la causa de que únicamente cuatro países de la Unión Europea hayan cumplido con la previsión de vacunar en tres meses al 80 por ciento de los sanitarios y de las personas mayores de 80 años, hay que buscarla en una estrategia confiada (“de esta salimos todos juntos”) o incompetente. Y, dada la excepción de esos cuatro países (Finlandia, Irlanda, Malta y Suecia), habría que buscarla en una estrategia específica de cada gobierno. Se dirá que es siempre lo mismo, o sea, “Piove, porco governo!”. Pero no solo debe ser siempre así sino que en este caso habría que emplear incluso la exclamación original: “Piove, governo ladro!” Porque durante diez meses, diez, de marzo a diciembre, mientras los científicos y laboratorios se afanaban por desarrollar vacunas, ¿qué hicieron las autoridades europeas?

La obligación de los ciudadanos era esperar a la vacuna. Y aplaudir a las ocho, o rezar. Como era también su obligación, ya con las dosis distribuidas, saltarse la cola o viajar a Serbia, donde vacunan gratis a los turistas. La única obligación de las autoridades era sospechar lo que está ocurriendo: abastecimientos imposibles, suministros que no llegan, competencia entre países, tráfico de vacunas, miedo a la vacunación. Ah, y elaborar los calendarios por edad, grupos de riesgo, etc. Pero no sospecharon. Peor: ni siquiera pagaron a otros para que lo hicieran.