No sé si se habrán dado cuenta de que ya no hay feminismo, sino feminismos. En plural. Necesitaríamos profundidades lingüísticas propias de otros espacios, así que intentaré explicar sencillamente y con ejemplos el avance del plural en el discurso político.

No es casual que el primer espacio de colonización haya sido el feminismo: en su genuina radicalidad es la ideología más transformadora de las que perviven. El uso de «feminismos» contiene las dos características políticas del plural: la disolución y la individualización.

Empecemos por lo segundo. Si usted quiere un feminismo donde la prostitución sea aceptada y legislada como un trabajo, se lo ofrecemos. ¿Qué desea un feminismo donde el sujeto político deje de ser la mujer y pase a ser otra cosa que ya definiremos? No se preocupe, lo hay. «Yo quiero un feminismo capitalista, con Ana Botín de líder»: perfecto, también lo tiene. ¿Podría ser un feminismo solo lésbico, solo negro? Claro que sí, hay un feminismo para cada una de vosotras, vosotros o vosotres. ¿Cuál es el resultado? Si cada uno puede rediseñar su ideología en un color, en un «hashtag», en una camiseta o en un pin, es que la ideología ha desaparecido.

Decíamos que la otra característica es la disolución del significado: el plural de los conceptos abstractos es eufemístico, simplificador, suavizante, una suerte de disolvente que lima las aristas, limpia las heridas y convierte los contrastes en colores pastel. Diga usted «violencias» en vez de «violencia» y verá como le suena menos agresivo, menos contundente, más digerible. Si hay violencias no nos vemos obligados a definir lo que es la violencia, porque hay tantas y tan distintas que váyase usted a saber qué puede ser eso. Sin embargo, todo el mundo sabe, cuando la sufre o cuando la ejerce, lo que es la violencia, así, sin más, en su rotunda singularidad.

El arrastre de la «s» final tiene incluso un efecto fonético de suspensión y dispersión. Cuando ahora se dice «las izquierdas» o «las derechas» es como si ambos conceptos se extendieran tanto que pudieran abarcarlo todo y confundirse. La contundencia de la izquierda está en emancipar a los trabajadores y convertir su clase social en la dominante, pero eso ha pasado a sonar muy extremista, muy incómodo, casi agresivo, de manera que si decimos «izquierdas» ahí puede caber alguien que tolera que la gente se acueste con quien quiere pero que querría privatizar todo el sector público, o cualquiera que defienda subir impuestos pero que jamás se le ocurriría implantar una renta básica universal. La derecha ha sido siempre la defensa a ultranza del sistema imperante, fuera este la dictadura, la monarquía, el esclavismo, el capitalismo o el patriarcado, pero ahora puede usted ser de derechas (e incluso católico) aceptando el aborto libre, siempre y cuando esté de acuerdo con explotar a los trabajadores, o puede aceptar que el Estado intervenga un banco, siempre que a los inmigrantes, ni agua; que VOX haya etiquetado al PP como «derechita cobarde» y a Ciudadanos como «veleta naranja» es una (inteligente) estrategia política para decir que derecha solo hay una, y que son ellos.

Ahora todo es plural: la izquierda plural, la España plural, la lengua plural, el pensamiento plural. ¿Han oído ustedes hablar de la Francia plural o la Alemania plural? Qué va. Porque ellos tienen claro lo que son, y cuando uno tiene claro lo que es, no es necesario el plural. El plural sirve para evitar la contundencia de definir lo que uno es, lo que uno quiere, lo que uno piensa.

Además de la eficacia del plural como disolvente de la solidez ética y de los armazones ideológicos, está sirviéndole de maravilla al capitalismo en la paradoja de individualizar lo que era colectivo: si hay un feminismo para cada una, no hay un feminismo fuerte de todas; si hay violencias dispersas e intangibles, ya no somos capaces de definir la violencia estructural del sistema; si hay izquierdas y derechas, ya no hay política, así que manda el dinero. La paradoja es que lo singular nombraba algo que era de todos, mientras que el plural singulariza y debilita todo aquello en lo que solíamos creer, convirtiéndolo en luchas particulares que no van a ningún sitio o, en el mejor de los casos, a jugosos lobbies que solo rentan a sus propietarios.

*Licenciado en CC de la Información