Mi vida social esta Semana Santa ha sido casi inexistente, salvo por un día, el día D o mejor el V, el martes de la vacunación, esperado y temido como pocos. Esperado por causas que todos conocemos, y temido por lo mismo, así que entre unas cosas y otras, me dirigí al hospital en estado de equilibrio. Iban a ponerme la vacuna mala, como decía el otro día una señora en el telediario, pero hace unos meses, cuando estábamos confinados, y las muertes se disparaban esa misma señora se hubiera dejado inyectar cualquier cosa con tal de garantizarse la vida.

El pinchazo ni dolió, y lo mejor de todo, el ambiente de la sala de recuperación, esos quince minutos que se me hicieron cortos porque fue mi cuarto de hora más social en un año. Con distancia y con mascarilla, me reencontré con compañeros de otros institutos, de casi otras vidas, cuando era posible hacer planes. Parecía todo distinto, pero no lo era. Luego y también antes, ardieron los grupos de whatsapps, en este caso literalmente, porque las décimas de fiebre subían y los escalofríos se confundían con la vibración del móvil. Del yo no tengo nada al yo tengo todos los síntomas, del a mí no me toca al a mí ya me ha tocado y no fue nada, pasando por todos los estados posibles.

Yo apenas tuve efectos secundarios: dolor de cabeza, décimas, cansancio… pero sí he desarrollado una aversión que espero curable al titular periodístico en que aparezca la palabra maldita que da nombre a la vacuna. Primero la administraron a los menores de 55, luego la prohibieron, más tarde era mejor para los mayores y horrible para las mujeres… Con marcada tendencia al alarmismo, nos avisan de sus efectos secundarios, exagerando u ocultando porcentajes según toque. Tampoco costaría tanto no sembrar incertidumbres si no se quieren transmitir certezas, porque no sean posibles.

Mientras tanto, mi vida social sigue casi en blanco, los grupos del móvil arden y vacunarse parece la mejor opción contra el coronavirus. Un día recordaremos esta época y quizá podamos reírnos del miedo y de la alegría mezcladas en la sala de espera. Por ahora, la locura sigue, los titulares nos alarman, las vacunas no llegan a todo el mundo y Sísifo empuja una y otra vez la misma piedra. H