“Maestro, le presento a Lupe Sino…” Lo canta Sabina, que de esto sabe. De toros, de Madrid… y hasta de Chicote. Gran Vía, 12, un eje imaginario sobre el que rota una puerta giratoria, y rotaba aquel Madrid castizo de brazos abiertos del simpar Perico Chicote. Francisco Saúco, mi presidente en la Academia Extremeña de Gastronomía, acaba de pasarme los restos del naufragio de lo que fue la primera edición de “Mis 500 cocktails”, la de 1932. Antes, en 1928, Chicote publicó “Coctails”, así a palo seco. Trabajaba por entonces en el que dicen fue el primer bar americano de España, el Pidoux, a solo unos metros de lo que luego sería el Bar Chicote. Recordemos que Chicote, el bar, abrió en 1931. En el Pidoux se vendía “Cocktails”, el libro, por seis pesetas; el prólogo era del muy memorable crítico taurino Don Gregorio Corrochano al que el barman dedicaría una de sus creaciones, el Corrochano Cocktail (zumo de naranja, ginebra y una cucharada de Grand Marnier). Al fin y al cabo, la coctelería es, como la tauromaquia, cuestión de tercios (querencias y medidas).

El otro, o sea, el que me envía Saúco, el de 1932, lo prologó Jacinto Benavente. Chicote, el bar, tenía más nóbeles que una academia sueca. De Don Jacinto a Don Severo, pasando por Don Ernesto. Lo dijo Don Ernesto, para beber más, beber de pie. Y Don Alejandro, el hombre que más ha hecho por la tauromaquia desde Joselito al día de la firma. Tanto que Don Alejandro tiene su monumento en Las Ventas junto a Yiyo y a Bienvenida. Bienvenida, Manolo que no Antonio, también tiene su homenaje en forma de cóctel: una copita de crema de cacao, media de kirsch y otra media de coñac, agitadas (que no mezcladas).

Perico Chicote hizo de su soltería un torbellino del deleite. Viajó con y sin capa, hizo amigos a derecha e izquierda, ejerció la alegría de vivir y trabajó en el andamio de su propio sueño. Escribió ocho libros y los ocho se los dedicó a su madre; señal esta última de una inteligencia desmedida…

Fue Pastora Imperio la que los presentó. Manolete y Lupe Sino en Chicote. Y Domingo Ortega, el paleto de Borox (tres partes de ginebra Gilbey’s por una de Benedictine, remátese con unas gotas de marrasquino y corónese con una guinda). Fue en 1943. Al fondo una mesa para las señoritas de compañía, para la violetera piropos y para el señorito un gin fizz (o, si se tercia, un knickerboker). Tres pesetas los corrientes, un duro los especiales. Y a las dos, para el sereno, lo que él quiera.

Decía Chicote que para ser buen barman había que saber de fútbol y de toros. Y tener buena memoria. Caras y nombres, ¡ay los nombres!, y la receta de sus más de 800 combinados. A otro taurino de letras coronado, Don José María de Cossío, el de la enciclopedia de su mismo nombre, le dedicó otro cóctel: sobre pedacitos de hielo (ausente aún el cubito) una copa de Gin Gordon, unas gotas de Orange Bitters (o sea, angostura) y unas gotas de curasao rojo.

Y como soy casi de Bilbao termino con el Taurino-Cocktail, dedicado a ese entrañable Club Taurino: prepárese en coctelera sobre unos pedacitos de hielo, a partes iguales jerez seco y vermú italiano, añádanse tres sacudidas de angostura, agítese y sírvase con una rodajita de limón. Y es que el buen barman es una mezcla perfecta de angostura, simpatía (la auténtica, no la fingida) y mano izquierda. Los tres tercios de Don Pedro Chicote, la mejor mano izquierda que ha toreado nunca detrás de una barra americana.

Miguel Mihura, otro que tal, lo dejó escrito: "Yo decidí nacer en Madrid porque era lo que me cogía más cerca del Bar Chicote". Pues eso. “Por la calle de Alcalá… la florista viene y va…” hasta Las Ventas. Que sean felices. Y no olviden querer mucho a sus madres.