No basta la mala educación. Ha habido que recurrir a “machista” y “dictador” para calificar al presidente de Turquía por su comportamiento con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Layen, en la creencia de que acusarle de machista y dictador es peor (más grave) que atribuir su comportamiento a mala educación, lo cual, por cierto, no sería tanto una acusación como un modo de disculparle, dicen.

Lo de dictador es cosa del primer ministro italiano, Mario Draghi, después de expresar su disgusto por lo ocurrido. “Con estos dictadores, a los cuales necesitamos para colaborar, hay que ser francos para afirmar la propia posición, pero también estar preparados para cooperar por los intereses del propio país”, ha dicho. Y se agradece la franqueza de que reconozca que Recep Tayyip Erdogan es uno de esos dictadores (uno más) con los que “hay que encontrar un equilibrio justo”, como ha dicho también, dado que “los necesitamos para colaborar”. En cuanto a “machista”, no es preciso que nadie lo diga. Machismo es lo que se piensa al ver la humillación sufrida por Von der Layen, humillación que se ha despachado como “incidente diplomático”, ¡plis plas! Y machista es la decisión de Turquía de abandonar el Convenio de Estambul, es decir, el tratado europeo contra la violencia machista, una decisión que era precisamente uno de los asuntos de la reunión con los líderes de la Unión Europea.

Tal vez sea eficaz acusar al presidente turco de machista y dictador por su comportamiento, en lugar de atribuirlo a mala educación. Tal vez así se consiga lo que se pretende y Turquía envíe una disculpa a Von der Layen, aunque la preocupación de Turquía es tal que ni se ha molestado en exigir una retractación de Mario Draghi, como para molestarse en enviar una disculpa. El problema es lo que sucede con “machista” y “dictador”, palabras que solo denotan en las sociedades democráticas: sucede que para Erdogan no son descalificaciones, aunque así lo crean quienes pretenden reprobarle, sino que son rasgos, características, lo que le define. Él es machista por tradición y dictador porque puede serlo. Ninguna ofensa, por tanto.

Su comportamiento con Van der Layen ha sido peor que feo, peor que grosero, peor que denigrante. Y se comprende que la Unión Europa, por repudiarlo, recurra a acusaciones graves: una acusación política, “dictador”, y una acusación políticamente correcta, “machista”. Porque la mala educación como condena, la mala educación como amonestación, es insuficiente. Además, mala educación lo sería solo para Occidente, entiéndase, ya que si la relegación de la mujer en Turquía es sistémica (cultura, religión, familia…), no cabe hablar de mala educación, sino de normalidad (más allá del rechazo que provoque, claro, que eso ahora no toca). Y, sin embargo, no hay acusación más grave, ni expresión que se ajuste mejor al comportamiento del presidente Erdogan, que la ingenua, inadvertida e inofensiva mala educación.

*Funcionario