El brote de coronavirus que afecta a 25 esquiladores uruguayos, que vinieron a trabajar con ganaderías extremeñas y se hospedan en Navalvillar de Pela, ha ocupado numerosos titulares en la prensa a lo largo de esta semana. 

Pero, a estas alturas, sorprendentemente, aún desconocemos la cepa de coronavirus a la que se adscribe el brote, si se verificaron los informes de las PCR de los esquiladores, y si estos ciudadanos uruguayos se contagiaron antes de despegar, en el vuelo o después de aterrizar. De momento, los participantes en la conversación pública a propósito del tema solo han arrojado conjeturas. Y se espera que en los próximos días se clarifique todo para, después, poder señalar la causa del brote. 

Si es fruto de la falta de rigor sanitario en los controles aeroportuarios, habría que exigir responsabilidades al mismo gobierno de la nación que, este verano, zahería a Díaz Ayuso cada vez que rogaba que se exigiesen y realizasen pruebas en todas las terminales que recibiesen viajeros procedentes de otros países. 

Sin embargo, también puede ocurrir que el origen del brote no se halle en Uruguay, sino en nuestra propia tierra. De confirmarse, sería atribuible a la mala fortuna o a algún descuido. Pero esto no debería ser óbice para que la ciudadanía reclamase un mejor control sanitario en los aeropuertos con conexiones internacionales. Porque son incontables los testimonios de viajeros que aseguran que nadie les solicitó la documentación acreditativa de su negativo en una PCR reciente. 

Al margen de todo esto -que, sin duda, es trascendental- deberíamos detenernos a reflexionar sobre el hecho de que las ganaderías extremeñas tengan que buscar esquiladores a más de 9.000 kilómetros de nuestra región. 

La de esquilador es una de esas profesiones que están desapareciendo por estos lares. Aunque es un empleo de carácter temporal, ofrece posibilidades de trabajo cada año. Pero ello no impide que cada vez haya menos esquiladores autóctonos. Esta circunstancia motiva la búsqueda de profesionales en otras latitudes. Y, mientras esto ocurre cada año, la Junta y el Gobierno de España continúan poniendo en marcha proyectos de capacitación para el empleo que forman a jóvenes en jardinería o albañilería, materias en las que muchos nunca alcanzan a encontrar un empleo. Por realidades como la descrita, la Administración debería revisar su oferta de formación para el empleo y ajustarla a lo que demanda el mercado. En lo referente al esquileo, además de reducir las cifras de paro, se conseguiría preservar el acervo de nuestros antepasados y una profesión que se halla en vías de extinción.

* Diplomado en Magisterio