El conocido negacionista noruego Hans Kristian Gaardner ha fallecido recientemente, y ahora están a la espera de que la autopsia revele si el coronavirus detectado en su cadáver fue la causa de la muerte. Como la elección de las palabras cobra especial relevancia para quienes defienden que esta pandemia es poco más que un resfriado, está por ver si Gaardner murió "con" coronavirus o "de" coronavirus.

En cualquier caso, preposiciones al margen, intuyo que las personas que se reunieron con él en su finca en dos actos ilegales no deben de estar muy tranquilas. O quizá sí… En fin, aun aceptando que no es lo mismo morir “con” que morir “de”, habrá que reconocer que tampoco es lo mismo estar muerto que sano.

El otro día leí un titular en la prensa que aludía a 10 recomendaciones para convencer a los negacionistas de que se tomen el coronavirus en serio. No me molesté en leerlo: quien niega la pandemia a estas alturas la negará hasta la tumba, a la manera de Gaardner, que murió "con" sus fantasías y "de" sus fantasías (conspiranoicas) tras una irresponsable labor en las redes sociales en contra de la “histeria coronavírica”.

Puede que esto suene poco empático, pero quizá sería pertinente que todos los negacionistas se reunieran en una isla para hacer vida acorde a sus idearios: sin mascarillas, sin distancia de seguridad, sin vacunas, sin sentido común. Si todo se reduce a un resfriado, no deberían temer por su salud, ¿verdad? Y sería una forma empírica y valiente de demostrar al mundo, tal como insinúan hasta la saciedad, que ellos son los únicos listos e iluminados en un planeta lleno de tontosy borregos.

“He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre”. Así comenzaba el famoso poema Aullido (Howl), del gran poeta beatnik Allen Ginsberg, publicado en 1956.

65 años después, ahí seguimos ...