Pues ya hemos tenido el lío de la semana. Y entretenido, la verdad. La ascensión y caída, en riguroso vivo y directo, de la Superliga europea de fútbol. Con todo el vigoroso músculo de los ingredientes en las mejores películas de Scorsese: mafiosos, traiciones, sangre (virtual, gracias a dios). Lo del honor entre ladrones y tal. Que sí, seguro te puedes identificar con alguna de las partes, pero difícil escapar de la sensación de que lo que abundaba entre los protagonistas no eran precisamente lo que llamamos «buenos».

Ahora insertemos aquí el ‘excusatio non petita’: a mí esta competición cerrada, como aficionado, no me convencía en absoluto. Pero sin argumentos demagógicos como que hay que mantener la ficción de que, algún día, el Cacereño o el Badajoz tengan el ‘derecho’ a jugar la Champions. No. Sino porque la falta de alicientes, de consecuencias por el resultado, resta gran parte interés al deporte como espectáculo. Que, por cierto, es que lo que realmente es. Al menos, en los niveles profesionales. 

Entiendo que muchos se hayan regocijado, sin mayor análisis, del rápido derrumbe del (ante)proyecto por quien lo encabezaba, un Florentino Pérez que genera un rechazo (ganado a pulso, toca decirlo) en sus formas, incluso entre su propia clientela. Tampoco ha ayudado nada la sensación de pulso que latía en la acelerada comunicación, con muchos aspectos que se han puesto sobre la mesa como meras pinceladas.

No me ha quitado en nada el sueño el desvarío de la menguante lista de miembros y el final (momentánea) de este proyecto, sino lo que nos cuentan las reacciones que hemos visto al mismo. Europa se ha retratado, de rápida forma, a todos los niveles. 

Aunados finalmente por un mismo objetivo, las ligas profesionales, las confederaciones como UEFA y FIFA se han posicionado radicalmente en contra. Sin dudar en ningún momento en usar las coacciones y amenazas como arma (desde luego, no negociadora). No abundaré en el hecho de que muchas de estos organismos llevan décadas viendo condenados a sus miembros por corrupción. Ni lo risible que resulta que la federación europea con base en Suiza se autoerija en defensor de los aficionados cuando ocupa el 60% de los tickets en las finales para patrocinadores y compromisos varios. O una Liga española que pretendía llevar partidos a Miami. Sin correr el riesgo financiero y operativo, que es de los clubes Todo tan burdo como esperpéntico: es simplemente una lucha por el mayor trozo del pastel. Business is business.

La política ha irrumpido como ya nos acostumbra: abrazados a un populismo de salón, sin que haya distinción ideológica. Tengan en cuenta que la defensa de los poderes públicos de los organismos multinacionales deportivos se debe a que existe una vía de control de estos, por la conexión con las federaciones (que son públicas en muchos países). Por supuesto, existe el manto protector de que se hace por el interés común, ese aficionado al que le está ‘robando’ el fútbol. Pero son los mismos políticos que no han impedido el paso masivo de los acontecimientos a operadores privados (al menos, terminó ese engendro del ‘interés general’ que pergeñó Álvarez Cascos). O que han permitido un funcionamiento irregular tributario en el fútbol que difícilmente permitirían a cualquier otra empresa. 

Oír a Macron o a Johnson (¿aquí no hay Brexit, Boris?) posicionarse en contra del proyecto resulta cuando menos chocante. Porque debemos recordar que estos clubes también actúan bajo su derecho, que también los tienen. Y pueden perfectamente plantear lo que consideran mejor para sus intereses.

Con todo lo peor es la cortedad de miras que muestra una Europa, condenada a mirarse el ombligo. El deporte (y más sin la emoción del directo por el Covid-19) tiene un enorme componente audiovisual. Los deportes de élite se enfrentan a una competencia con las nuevas generaciones que no son los otros deportes, sino la atención. Hay tantas opciones que cuesta elegir entre ellas, y los jóvenes se muestran cada más proclives a los esports. De ahí la preocupante bajada en el interés en el fútbol. Por no hablar de que la audiencia de las grandes competiciones en nada es ya local. Hablar de solidaridad porque consideras que tu club es tuyo porque vives a 5 o 10 minutos del estadio no sólo es anacrónico, sino directamente elitista. Sí.

Prueben a ver la intensidad de un Madrid-Barça fuera de nuestras fronteras y comprobarán lo que digo. Este proyecto saldrá o no, poco importa. Pero su decadencia quizás no sea sólo un enfrentamientos entre villanos.

*Abogado, experto en finanzas