Para la mayoría de españoles la República Dominicana evocauna isla de playas paradisíacas donde la gente pudiente se va de vacaciones. Pero ese país, cuya capital fue fundada por Bartolomé Colón (el hermano del descubridor)siendo la primera ciudad española del Nuevo Mundo y que ha tenido una historia convulsa, es hoy día también un país de una literatura pujante, especialmente en la poesía.

A pesar de las redes, aún nos llega con cuentagotas y con retraso la literatura del otro lado del charco, y hay que reconocer por ello el mérito de editoriales con Amargord, gracias a la cual leí hace tiempo el poemario Caducidad, de León Félix Batista (Santo Domingo, 1964), largo y desbordante poema dividido en cuatro secuencias, verdadera corriente de conciencia de un “nómada mental” que, afirma, “desde la tinta intento” captar cómo “los días son mensajes, fragmentos que no piensan”, fijar en las palabras el imparable caleidoscopio de los días, consciente de que “otros ángulos proveen otras versiones” y de que para entendernos siempre “tejemos el tejido sutil de una ficción”, nos contamos una historia que deja al margen la mayoría de las sensaciones que recrea este poema torrencial que es celebratorio e impuro, digno sucesor en el siglo XXI de la poesía que reclamara Pablo Neruda en su manifiesto por una poesía sin pureza, en una libertad lingüística suelta de corsés de tópicos, metros y discipulados que resulta más frecuente al otro lado del Atlántico que en nuestras fronteras.

Ahora publica Amargord, en su “Colección Caribes”, los Globos de ensayo y error, gracias a los cuales conocemos la vertiente de ensayista de este poeta dominicano, crucial en la gestión cultural de su país, habiendo dirigido su Editora Nacional y el Festival Internacional de Poesía de Santo Domingo. Articulado en tres partes, “Globos de ensayo” recoge prólogos o textos de presentaciones que ofrecen en conjunto una buena panorámica sobre la poesía caribeña, desde cubanos como José Kozer o Aleisa Ribalta a dominicanos como Pedro Mir, considerado el “Poeta Nacional”, José Mármol, Plinio Chahín, Rita Indiana o Néstor Rodríguez, entre muchos otros, y analiza cómo “irrumpen en la poesía nativa la creciente urbanidad de Santo Domingo, la demografía vertical, el insomnio de jornada laboral, los placebos de las adicciones y los personajes míticos locales”. No en vano ese país ha ido “migrando desde la agricultura hasta el all included beach resort y las divisas de remesas”, con sus ventajas e inconvenientes.

La segunda parte, “Pruebas de ensayo”, recoge artículos más amplios, del que destaca “Para ir al Paraná: un viaje al translingüismo a través de la poesía”, donde destaca cómo en la región fronteriza del Paraná, compartida por Brasil y Paraguay, ha surgido una escritura influida por la alternancia entre el guaraní, de un lado, y el portugués o el castellano, de otro, y de la que serían ejemplos Catatau, de Paulo Leminski (publicado en España por Libros de la Resistencia) o Mar paraguayo, de Wilson Bueno. Batista lamenta que, frente a esa porosidad lingüística, en su isla se haya dado una cerrazón total entre Haití, donde se habla, junto al francés, el criollo haitiano, síntesis del francés con una pléyade de lenguas africanas, y República Dominicana, hispanohablante. Esa cerrazón “hace patente la relación indisoluble entre Lenguaje y Poder, esa que solo el poema puede hacer estallar en mil libérrimos sentidos”.

La tercera y última parte, “Ensayo y error” es la más variopinta, y destacaría el ensayo que trata de la evolución “del neobarroco al postbarroco” en la poesía iberoamericana, desde el postbarroco postulado por el peruano Maurizio Medo, al movimiento de los “Neoberracos” fundado en Nueva York porpoetas cubanos y colombianos.

*Escritor