Tras el esperpento del no-debate en la Ser con los candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid, recordé la célebre máxima de Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo a mí». Porque eso fue lo que vimos en ese teatrillo del absurdo: a un grupo de políticos tratando de salvar el culo con la intención de voto claramente en su contra. 

Cada cual obraba según su circunstancia. Gabilondo, siguiendo las indicaciones recibidas de Moncloa, Made in Sánchez, de pactar con el mejor postor; Mónica García, que ni siquiera tuvo la oportunidad de recordarnos por enésima vez que deberíamos votarla por ser madre y doctora; Edmundo Valls, tratando de hacerse perdonar por los votantes a quienes traicionó (¡que eran de derecha, Edmundo, tus votantes eran de derecha, no sanchistas!); y Rocío Monasterio, lepenizada en esta campaña en la que acusa de militante del mal a todo aquel que no le dé la razón

¿Y qué decir de Pablo Iglesias, promotor de un irrisorio plan con el que pretendía convertirse en mártir de la violencia, él que lleva años legitimándola, siempre y cuando que la ejerzan los suyos (la hemeroteca es tozuda). Coaligado con Angels Barceló, la pantomima fue de órdago. La melodramática actuación cursi de esta «periodista» mientras le cogía del brazo, en una escena que parece extraída de Lo que el viento se llevó («Pablo, no te vayas, por favor»), ha sido con razón carnaza para numerosos memes. 

Pero, pésimas actuaciones actorales aparte, la cosa es más seria de lo que parece, si aceptamos que la política ha de ser algo serio y que los políticos, que viven del esfuerzo de nuestro trabajo, nos deben respeto. 

«No es esto, no es esto», diría el citado Ortega y Gasset. Pero lo es. Y por las reacciones de muchos militantes, ardorosos defensores de alguno de los implicados en el no-debate, se diría que no nos merecemos nada mejor.