Como decíamos, no ayer, pero sí hace unos meses, la crítica literaria se encuentra algo devaluada, rebajada por la mayoría a ser poco más que publicidad encubierta e intercambio de favores, y cuando uno lee ciertas reseñas se pregunta si el reseñista se leyó realmente el libro o solo la solapa y cambió cuatro cosas de su plantilla habitual. No es este el caso de Eduardo Moga (Barcelona, 1962), que tiene el doble mérito de ser uno de los mejores poetas y uno de los mejores críticos actuales, lo cual muestra además una gran generosidad: decía Emil Cioran que la crítica es un ejercicio de admiración, y en Moga esta admiración se muestra de la mejor manera, resaltando el valor diferencial de cada libro valioso, justificando así su existencia en un panorama editorial donde se publica demasiado, teniendo en cuenta lo que se lee.

Por eso hay que agradecer a RIL Editores, cuya sección española coordina desde Granollers el extremeño Paco Najarro, que haya reunido en El oro de la sintaxis, libro exquisitamente editado, una selección de artículos y reseñas de los que el autor barcelonés, cuyo bienio en nuestra tierra, al frente de la Editora Regional de Extremadura, muchos añoramos, ha ido publicando en revistas como Turia, Quimera, Cuadernos Hispanoamericanos, o su muy activo blog, Corónicas de Españia.

La primera sección, y la más amplia, se titula “El sutil arte de la reseña”, donde predominan los análisis de libros de poesía, aunque también hay de otros géneros, en algunos casos de hitos de los últimos años, como Teoría general de la basura, de Agustín Fernández Mallo. Moga no es, como tantos otros, un crítico de partido, y sabe apreciar poéticas en las antípodas de la suya, como la lírica “sosegada” de José Ángel Cilleruelo o el realismo social de los Cuentos completos de Ignacio Aldecoa, un escritor que debería leerse en los institutos (a mí, hace un cuarto de siglo, me lo recomendó una profesora, Gloria López) para ver la belleza con la que Aldecoa describe el trabajo de camioneros, empleadas de hogar o pescadores de Alta Mar. Preocupación social, pero también poemas de corte íntimo, cohabitan en Llamarse nadie, de José Luis Gómez Toré, mientras que lo lúdico prima en Nanomoralia, compilación de aforismos de Vicente Luis Mora. De esta sección vale la pena detenerse en dos libros señeros de dos autores extremeños, que deberían ser clásicos no arrollados por la marea de la actualidad: Cuidados paliativos, el diario de José Antonio Llera, “extraordinario” a decir de Moga, en su cincelado de la dicción, y Descendimiento, el libro poético de Ada Salas, basado en el famoso cuadro de Van der Weyden que puede contemplarse en el Museo del Prado.

La segunda sección, más breve, está compuesta por artículos, como la última de prólogos, y entre ambas hay una “Whitmaniana”. Hay un antes y un después en cuanto a la recepción en España de Walt Whitman, el padre de la poesía norteamericana, marcado por la publicación de la traducción de la monumental Hojas de hierba por Moga, que presentó hace unos años en Trujillo. Poeta torrencial y abarcador, hay clarísimas afinidades electivas entre traductor y traducido.

En la variopinta sección anterior, “donde asoman la filología y también la divagación”, coexisten los artículos más eruditos, como el de la literatura española sobre Londres, desde los exiliados protestantes españoles a los emigrados económicos de hoy día, a la revisión de los “interpoetas o poetanautas” adolescentes que se forman su parnasillo en las redes sociales, y que para Moga, producen solo “sensiblería pubescente”. Ojalá la concejala de Cultura de Mérida, que presume de que va a inaugurar la Feria del Libro uno de esos poetanautas sensibleros, hubiera leído a Moga. Sería demasiado pedir, me temo. 

*Escritor