Almodóvar, con ese inconfundible desparpajo suyo para fusionar la sabiduría popular con el posmodernismo más irreverente, ha popularizado en su cine muchas expresiones que de otra manera nunca hubiesen llegado al gran público. En La flor de mi secreto, Chus Lampreave, que interpreta a la madre de Marisa Paredes en la película, lamenta que su hija siendo tan joven esté ya "como vaca sin cencerro: perdida, sin rumbo, sin orientación...". Así se ha quedado más de uno con la finalización del estado de alarma. Porque aunque pocos quieran reconocerlo, es más fácil seguir al rebaño; y además, en situaciones extremas o de peligro, la mayoría de los seres humanos prefieren poner su destino en manos de un líder que les diga lo que tienen que hacer. Si las cosas salen bien, estupendo, y si salen mal, se le echa la culpa al que manda y a llorar se ha dicho. Desde que la pandemia llegara a nuestras vidas, hace 14 meses, las restricciones de derechos fundamentales de los ciudadanos han estado vigentes más de la mitad del tiempo. Y desde ayer, la vuelta a la 'libertad' tiene un sabor agridulce, porque el fin de las limitaciones no implica que el coronavirus haya desaparecido de nuestras vidas, y con ese miedo en los huesos, más de uno anda 'como borrego sin alarma' sin saber por dónde tirar.

Para una mayoría muy ruidosa es mucho más sencillo seguir los dictados de papá Estado, mientras despotrican sobre ellos, que utilizar el sentido común, y hacer lo correcto en tiempos de crisis sin que haya imposiciones y multas de por medio. De manera que ahora que se han acabado los límites en las reuniones sociales, el toque de queda y los cierres de comunidades, provincias o municipios, vete tú a saber lo que nos depara el futuro, porque a los hechos me remito, al españolito de a pie no se le da muy bien que digamos el 'libre albedrío'. Si a eso le unimos que el Gobierno central ha decretado que cada comunidad autónoma puede decidir qué limitaciones aplicar en esta fase de la pandemia, España vuelve a ser de nuevo un 'reino de taifas', sin coordinación ni liderazgo. Mientras, en la Unión Europea,  Pedro Sánchez predica lo contrario: el 'todos a una', solicitando una "acción coordinada" de los veintisiete en el acceso a las vacunas y las ayudas para la recuperación económica. De manera que en casa, dejamos que las autonomías hagan y deshagan, sin pensar en una congruencia estatal y fuera, pedimos criterios únicos y unificadores. Muy coherente.

Tiempo al tiempo. Habrá que ver qué hacen los ciudadanos con su recién estrenada libertad. Porque aunque una parte de la sociedad se muestre todavía escéptica y cautelosa, hay otra que no ha tardado en echarse a la calle en manadas para celebrar la 'apertura de puertas', dispuestos a olvidar los meses de cautiverio, enfermedad y muerte, como si de un mal sueño se tratase. Y es comprensible porque, además, el buen tiempo y ese goteo continuo de cifras positivas acerca del porcentaje de vacunados que crece a ritmo lento pero seguro, o eso nos dicen; y la bajada en la incidencia acumulada y las muertes, invitan a pensar que lo peor ya ha pasado. Así que todo indica que en las próximas semanas todo serán celebraciones: mesas llenas, comuniones que recuperan el poderío de tiempos pasados y esas bodas y bautizos, que han estado aparcados durante meses esperando un respiro para poder disfrutarlos sin límites ni restricciones.

Tal vez la mejor actitud sea esa: disfrutar del aquí y ahora sin pensar en el mañana y "que nos quiten lo bailao". Me encantaría poder comulgar con ese añorado hedonismo, pero en mi retina el vaso sigue estando medio vacío. Si cierro los ojos es como volver a estar de nuevo a las puertas del verano de 2020 con aquella impostada vuelta a la 'normalidad' y todos sabemos cómo terminó. Y sí, la diferencia es que ahora contamos con la vacuna para luchar contra el 'bicho', aunque teniendo en cuenta el ritmo al que avanza la inmunización, que la mayoría de los jóvenes no quieren ni oír hablar de ella y que para los niños sigue sin haber opciones, los números siguen sin cuadrar para alcanzar ese 70% de población que supondría alcanzar la inmunidad de rebaño. Hasta que llegue ese momento no podremos respirar tranquilos, y no deberían hacernos falta ni estados de alarma ni cencerros para no perder el norte. 

*Periodista