A veces envidio a esas personas que siempre saben hacia dónde encaminar sus vidas. Tienen un plan trazado que siguen meticulosamente, y van cumpliendo metas como quien logra saltar obstáculos en una gincana. Digo «a veces», porque mi natural improvisador y adaptativo nunca ha sido capaz de organizar a muy largo plazo y la sensación a menudo es más de agobio que de envidia.

No me refiero, por ejemplo, a tener claro qué quieres estudiar, o sentir que una vocación precoz dirigirá tu vida hacia la música. Hablo de un plan bien trazado, basado en acción reacción, y con fechas y todo. Que hasta podría ser aceptable para uno mismo, pero que me produce escalofríos aplicado a la vida de los hijos, como el proyecto de una jornada laboral en el que vas tachando casillas:

«Número 1 (por no especificar mucho) va a pasar los veranos en sucesivas inmersiones lingüísticas. Tendrá que tocar al menos un instrumento y estará en equipo deportivo, que compaginará con clases de robótica y oratoria. Estudiará tal cosa en tal facultad, aunque cuando esté en tercero tendrá que irse a tal otra para completar formación. Ya tengo buscadas prácticas en tal empresa». 

No les exagero, no. A todo esto, Número 1 tiene ocho años y está deseando pasar una tarde en el sofá o en el parque jugando con sus amigos. Se ha perdido los cumpleaños de toda su clase porque siempre está muy ocupado saltando de una actividad a otra, y en realidad lo que quiere María es ser policía, y a Antonio le hace ilusión ser bailaor flamenco.

Pero los progenitores van solventando sus traumas a través de la vida de sus hijos, a los que hacen ser un remedo de lo que ellos quisieron y no lograron. No me entiendan mal: creo que la formación es clave para cualquiera y que todos los saberes son regalos. Lo que ocurre es que cada persona es diferente, y quizás los retoños prefieren ser ceramistas que entender los entresijos de la Bolsa, y a ver cómo gestionamos entonces la frustración de los padres y de los críos.

Que una cosa es dotarles de herramientas para la vida y otra muy distinta manejarles para que sean lo que nosotros no llegamos a ser. 

Hay una frase destinada a esos padres: «Si quiere un campeón en casa, póngase un chándal y entrene mucho». Pues eso. O cómprese una vida, que una cosa es acompañarles y otra dirigirles. Y usted ya tuvo su oportunidad.

*Periodista