Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla», escribió Antonio Machado. La mía –escribo yo– son recuerdos de un patio de Cáceres, el Patio de los Limones, ubicado en un colegio recoleto de la calle Margallo, donde, vestido con pantalones cortos (o largos con las rodilleras que les cosía mi santa madre), di mis primeros pasos en la vida. 

Luego pasé al colegio de enfrente, también en la calle Margallo e igualmente dirigido por frailes franciscanos. Hablo del colegio San Antonio de Padua, ese lugar al que apelo una y otra vez cuando quiero recordarme que la felicidad es posible. Porque si algo encontré en aquellas aulas atestadas (más de 40 alumnos en la mía) fue la felicidad. Una felicidad aquietada entre cuadernos Rubio, canicas y cromos, partidos de fútbol o excursiones al campo, donde corríamos ligeros, cual conejos a la estampida. 

Escribo hoy sobre esta etapa florida de mi vida aprovechando la reciente publicación de San Antonio de Padua, un colegio centenario, un libro que narra la historia de una institución emblemática que comenzó su andadura en Cáceres en 1921, con solo seis alumnos. 

Su autor, José Antonio García Recuero, ahora jubilado, fue profesor del San Antonio desde 1973 hasta 2016. 43 años ayudando a chicos y chicas a ser mejores personas, que se dice pronto. Y ese casi medio siglo de docencia, además del deseo de devolverle a la institución parte de lo que le había dado a él, le instó a pergeñar esta obra que, con la ayuda de numerosas fotografías, narra la historia centenaria de mi querido colegio. El libro, muy bien documentado, repasa los pilares de la educación que recibimos varias generaciones de estudiantes que tuvimos la suerte de caer en manos de buenos profesores (religiosos y laicos). 

Mi infancia son recuerdos de un patio de colegio de Cáceres, cuando yo era insultantemente joven y la vida era una góndola.