Vaya pregunta. ¿No? Para costear un servicio público, para complementar unas cuentas públicas en situación complicada o para equilibrar la distribución de riqueza en la sociedad. Incluso los tres objetivos al unísono. En todo caso, acordaremos que la existencia misma de los impuestos es inherente al concepto de bienestar social. Ya cantaba Marvin Gaye que en la vida sólo existían tres cosas seguras: los problemas, la muerte…y los impuestos. 

En un capítulo de “Los Simpsons” (a estas alturas, epítome y final del canon popular) le preguntan al abuelo Simpson, Abe, sino le extrañaba estar recibiendo cheques sin ninguna justificación ni haber nada para ello. Su respuesta, simple: asumía que los demócratas habían vuelto al poder.

Será carne de cliché, pero lo cierto es que el votante asocia (con un alto grado de verosimilitud) el aumento de impuestos a la izquierda y su recorte, a la derecha. Tan traicionera como es una generalización, algo de verdad lleva la leyenda. Luego volveremos sobre esto, sobre la finalidad última detrás de esta diabólica tendencia. 

Lo lógico sería pensar que es porque unos (la izquierda) confían en que lo público cumple una función estratégica en lo social y que por ello es mejor una distribución de los recursos desde las instituciones. Y la contraparte no lo comparte. Sólo que, propaganda aparte, esto es del todo incierto: el peso del gasto público en los presupuestos generales se ha mantenido más de una década en tendencia alcista (y ahí sigue), sin importar para nada quién había elaborado esas cuentas y quién las ejecuta. Que, por si lo habían olvidado, se ha dado pocas veces en este lustro inestable en nuestra política. 

Porque hay algo que nadie discute (aunque a usted le hagan pensar que sí): el sistema impositivo ha permitido un alto grado de bienestar y un aumento de las oportunidades para muchos en el país, sin importar el origen económico. Esa está lejos de ser la cuestión.

Si la solidaridad bien entendida empieza por uno mismo, extraña la escasa predisposición de la clase política a hacer sacrificios

Hay dos variables que debemos tener en cuenta. La primera, es que la proliferación de hechos (que no bases) impositivas se debe a la necesidad de sustentar las cuentas públicas. Nada que objetar si supiéramos con seguridad que el destino son los elementos esenciales de la cohesión social: sanidad, educación, dependencia, asistencial. Pocos discutirán que se dedique su dinero, prestado y ganado a pulso, a cubrir estas necesidades. A las que el estado hace perfectamente en atender, incluso desde un punto de vista financiero.

El problema es que hay que ser muy ciegos para no ver (¿he dicho “comprobar”) que gran parte de la recaudación estatal (nuestros impuestos son los ingresos con los que cuenta el estado) se han reservado a infraestructuras que sabemos ineficientes, al mantenimiento de estratos políticos de escasa o nula utilidad. Por no hablar de que alardee el gobierno de que, en plena crisis pandémica, haya crecido el empleo público mientras se destruye el privado. Como si nunca hubiera existido un inútil “Plan E”. Como si la financiación para la reconstrucción de Europa fuera una ayuda no condicionada y que, además, tenemos derecho a exigir porque, mire oiga, que es que estamos sufriendo mucho. El sistema se hace progresivamente voraz: su tamaño crece y necesita más y más para mantenerse.

El segundo es que la izquierda ha comprendido que esta puede ser su bandera. Sabedores de que las políticas de identidad funcionan cuando no hay un problema superior (la pandemia definitivamente lo es), han decidido convertir la cuestión impositiva en un falso dilema de “clases”. Aumentamos impuestos por solidaridad. Lo hacemos para gravar a los ricos, no a usted.

Ocurre que las subidas de impuestos, anunciadas y por anunciar, impactan directamente en la verdadera clase trabajadora: esa clase media -por cuenta propia o ajena- que depende de unos ingresos mensuales. La misma que consume bebidas carbonatadas o que debe desplazarse por esas autovías que, ahora, debe pagar. ¿Cree que quien las recorra con un Bentley o un Ferrari le importa mucho pagar 12 euros más o menos? ¿O qué la modificación del IVA de los productos básicos se va a reflejar en su cuenta como si a usted le hacen pagar más por el pan o los libros que sus hijos llevan al colegio?

Si la solidaridad bien entendida empieza por uno mismo, extraña la escasa predisposición de la clase política a hacer sacrificios. Es mucho mejor decirle que, si gravan las sucesiones, es por “los ricos”. Pero es que no sabemos quiénes piensan que son, claro.