Exponerse públicamente –algo que hacen millones de personas en internet cada día– puede convertirse en un ejercicio de alto riesgo. Ocurre que uno intenta proyectar una imagen con la que se sienta cómodo –por lo general, la de buena persona– y que un escéptico, desde otra pantalla, se la tira por la borda con nocturnidad y alevosía, acusándole de mil y un pecados. 

Lo he visto en numerosas ocasiones por temas conflictivos, pero también por asuntos menores que no merecían una batalla. 

"Hay una norma no escrita según la cual la sociedad ha de dividirse siempre en dos bandos"

Hay una norma no escrita según la cual la sociedad ha de dividirse siempre en dos bandos: en rojos y fachas, pobres y ricos, machistas o feministos, beatos o ateos, en covinazis o negacionistas... En cuanto a la exposición online de los sentimientos –por ejemplo, respecto a la inmigración ilegal, estos días de plena actualidad–, también tenemos dos grupos: el de los buenos samaritanos y el de los deshumanizados. 

Esta categorización que acabo de inventar no solo es equívoca, sino también injusta. Ni unos tienen por qué ser unos buenistas tratando a toda costa de colgarse la medalla del día, ni los otros tienen por qué ser unos desalmados, por mucho que adopten una actitud beligerante. Habrá de todo, como en botica, pero es difícil saberlo desde la distancia, pues ambos llevan máscaras sociales que nos impiden conocer sus verdaderos sentimientos. 

Por suerte, queda un tercer bando, paradójicamente mayoritario, que vive en la sombra. Me refiero al de esas personas que no necesitan posicionarse ante el ancho mundo a todas horas respecto a todos los temas. 

«De lo que no se puede hablar es mejor callarse», escribió el filósofo Ludwig Wittgenstein desde las trincheras de la Primera Guerra Mundial. No estaría nada mal que algunos le hicieran un poco de caso y dejaran de comportarse como insaciables bebés de alta demanda a los que debemos prestar obligada atención en todo momento.