En un mundo de certezas a gritos, la escucha es una habilidad poco frecuente en la actividad política. Pero si queremos que la transformación productiva, social y ecológica que necesita nuestro país incorpore los saberes y las demandas de cada territorio, debemos prestar atención y tomar nota. Y eso es precisamente lo que hace el documental 'Mujeres rurales. La lucha por el territorio al sur de Europa’: escuchar a cinco mujeres que trabajan la tierra en Extremadura y Andalucía para poner sus aprendizajes al servicio de un entorno rural más justo, más sostenible y menos desigual.

Si escuchamos a Pía Sánchez, agricultora y ganadera en Calamonte (Badajoz), entenderemos por qué, como revelan las estadísticas europeas, los prejuicios y estereotipos de género dificultan el acceso de las mujeres al crédito, la formación, el asesoramiento técnico, la adquisición de maquinaria y los mercados para comercializar sus productos. «Te tratan como si fueras la encargada de tu marido», cuenta. «‘¿Tu marido quién es?’, es lo primero que te preguntan. ‘Dile a tu marido que venga a hablar conmigo y yo le diré qué discos necesita’». Lo dice alguien cuya finca ha recibido el premio 'Sostenibles por Naturaleza’ por ser un ejemplo de lucha contra el cambio climático y cuidado de la dehesa.

Inmaculada Idáñez, agricultora en La Cañada (Almería) y presidenta de CERES, pone palabras a otras cifras, las que indican que las mujeres poseen menos superficie de tierra que los hombres (en España, menos del 25%), están al frente de menos explotaciones agroganaderas (un 30% en toda Europa) y, como consecuencia, reciban menos ayudas directas de la Política Agrícola Común (PAC). «El hombre, si no está de titular, es que tiene otro empleo, otros derechos por otra parte. Lo que hacemos las mujeres no se ve y se valora muy poco». Ellos siguen estando al frente de la mayoría de las organizaciones profesionales y ellas siguen asumiendo las tareas domésticas y de cuidados.

En esa España de 2050 que empiezan a esbozar los planes estratégicos para el uso de los fondos europeos, el reto demográfico, la revitalización del mundo rural y la apuesta por un nuevo modelo agroalimentario están fuertemente ligados. Ninguna política en este sentido tendrá éxito si no concibe la importancia capital del rol de las mujeres en estos espacios. Inmaculada habla de la falta de relevo generacional y recuerda que son ellas quienes fijan población al territorio, aunque la escasez de servicios públicos y oportunidades laborales lo pongan difícil en muchas regiones.

Oportunidades casi inexistentes para otras mujeres que, como Nora Elhaimer, temporera en Campo de Níjar (Almería), llegan de Marruecos buscando una vida mejor: «Nosotros, los inmigrantes, si no cogemos este trabajo no tenemos otro». El Defensor del Pueblo y el Relator especial de la ONU sobre pobreza extrema denunciaron en 2020 las condiciones deplorables en las que viven y trabajan los temporeros y temporeras en muchas zonas de España. En el caso de ellas se suman los abusos sexuales, como cuenta Nora y han denunciado muchas mujeres marroquíes esclavizadas en invernaderos de fresas en Huelva.

Un hilo conecta la explotación de los cuerpos con la explotación del territorio y los recursos: ambas parten de la visión de que todo es potencial terreno de conquista, expolio y beneficio. No es casual que instituciones como el Parlamento Europeo destaquen el papel estratégico que tienen las mujeres en el desarrollo de modelos de producción y consumo sostenibles y en la defensa medioambiental y de sus territorios, tanto en Europa como en otras partes del mundo -especialmente en comunidades indígenas de América Latina, donde hacen frente a la violencia de políticos corruptas y grandes empresas.

En Extremadura, por ejemplo, capitanean la resistencia a la fiebre extractivista del litio, como explica Carmen Ibáñez, agricultora y ganadera de Berzocana (Cáceres) y miembro de la plataforma Salvemos las Villuercas. «No vale producir cualquier cosa a cualquier precio», dice, y esto vale tanto para los cultivos como para la extracción de ‘metales críticos’. Más crítica será nuestra situación si sucumbimos al engaño de que el progreso consiste en un crecimiento sin fin. Cuenta María Ruiz, jornalera en los olivares de Arjona (Jaén), que lo importante para varear no es tanto la fuerza como «saber dónde tienes que dar para que caiga bien». Obtener lo justo de la naturaleza; no someterla a sacudidas violentas. 

Si nos alejamos del barullo del mercado escucharemos también a la tierra susurrando tiempos distintos: no los del capital, ni los de las grandes superficies que fijan precios irrisorios al sudor del campo, sino los de las estaciones, los del fruto madurando, los del agua, los de la migración de las aves. Tiempos y ciclos trastocados por la degradación ambiental. Dice Inmaculada que disfruta mucho de los intercambios de semillas, donde «cada persona se compromete a sembrarlas y multiplicarlas». Una imagen preciosa que nos habla también de cómo las mujeres cultivan los vínculos entre las comunidades, y entre estas y la tierra. Esas manos y esos saberes, esas cinco realidades fielmente retratadas por el periodista Sato Díaz y la cineasta María Artigas, es lo que quiere poner en valor este documental. 

*Eurodiputada de Unidas Podemos y diputada autonómica de Unidas por Extremadura