Si me hubieran puesto una primera dosis de Oxford-AstraZéneca, pediría la segunda de la misma marca, y únicamente me lo pensaría si tuviera menos de 40 años. Cambiaría si alguien me diera alguna razón solvente para completar la vacunación con otra, y no dudo que la pueda haber, pero no la he escuchado.

Todo lo contrario, si algunas autoridades sanitarias me dicen sin explicación previa que la segunda inyección será de otro tipo, y ante el lío que se monta acaban cediendo para decir que, bueno, que se puede elegir, pero que a modo disuasorio me hacen firmar un papel de consentimiento informado, cosa que no me presentaron cuando la primera dosis, pues el asunto se complica aún más, igual que la duda y desconfianza.

Dentro de una buena campaña general de protección inmunitaria contra la covid, con España en los lugares europeos de mayor agilidad en la inoculación entre países en igualdad de condiciones pues la compra y suministro es conjunta e igualitaria, la segunda dosis para los dos millones de trabajadores esenciales en España, 31.000 en Extremadura, es el primer fracaso.

De hecho, una media del 90% de pacientes contactados o ya vacunados en Galicia, Murcia o Andalucía han optado por repetir y dejar los experimentos para otros.

Y es que en los argumentos usados por las administraciones sanitarias partidarias abiertamente de cambiar de marca, lo más que se ha llegado a decir es que «no está prohibido». Menos prohibido lo es repetir tipo, es más, es lo recomendado por las agencias del medicamento europea y española.

Que los anglos (de suecos parece que queda poco) de Oxford-AstraZéneca se hayan burlado en cierta forma de la Comisión Europea, firmando una entrega de dosis incumplida para reservarlas a favor de los ciudadanos británicos o vender partidas a mayor precio a otros países, es algo que no debe entrar en los criterios científicos ni de política de salud de los gobierno responsables.

Es algo, eso, que tendrán que solventar en otro terreno, otras discusiones y foros, incluido el judicial, pero a la vez hay que dialogar con la empresa para que de la manera que sea haya dosis suficientes como para pinchar con ese fármaco a quienes por seguridad lo desean.

"El planteamiento del Gobierno español ha sido francamente malo por ser franco. Habría bastado con no obligar"

Que un país pequeño y con escasos medios políticos, económicos y científicos, fuera el único que ha revacunado con esa marca a sus nacionales, podría no ser considerado, pero que lo haya hecho nación tan poderosa y solvente en todos los órdenes como el Reino Unido, despeja cualquier duda. Debería hacerlo incluso para los pusilánimes países comunitarios, incluidos Alemania o Italia, que siguen sin tomar una decisión clara.

El planteamiento del Gobierno español ha sido francamente malo por ser franco. Habría bastado con no obligar, con dar a elegir desde el principio, con olvidarse del consentimiento firmado, disuasorio e intimidatorio –han tenido que salir algunas voces a decir que ni así la Administración eludirá su responsabilidad- o que se hubiera puesto un corte de edad, avalado por estudios y compartido por países grandes y fiables, bajo el cual de ninguna forma se repitiera con Astra.

Por otro lado, no se puede dejar de seguir censurando las políticas de irresponsabilidad predicadas desde el gobierno de la comunidad autónoma madrileña, la segunda de mayor incidencia de covid en el país, con un 50% más que la media, pero con un peso demográfico y estadístico que arrastra al conjunto de España cara a por ejemplo las decisiones turísticas de otros países.

Euskadi está por encima pero al menos Urkullu imploró por prolongar el estado de alarma, mientras la irresponsable y temeraria Isabel Díaz Ayuso sigue presumiendo y riéndose de no se sabe qué, en medio de unas cifras de mortalidad tremendas, aún más si se tiene en cuenta que Madrid tiene una de las poblaciones más juveniles de España.

*Periodista