Ayer se inauguró en Cáceres la XXI Feria del Libro, que durará hasta el próximo sábado. Una feria un tanto de circunstancias, que había sido aplazada y que llegó a dudarse de que se celebrara. Como cabezas de cartel se anuncia a los novelistas Juan Sánchez Adalid y Susana Martín Gijón, el dibujante Fermín Solís, el periodista Carlos del Amor y el profesorCésar Bona. Nada que objetar a esos nombres, aunque se echa en falta alguno más, aparte de los locales y los superventas. Hace tiempo que Cáceres, en cuanto a actos literarios, está muy por debajo de donde le correspondería y su feria tiene un aire provinciano y rutinario que tira para atrás. Los autores de primera línea van a Badajoz, desde luego, pero también a Mérida o Plasencia, antes que a Cáceres. E incluso no pocos escritores que viven aquí han perdido la ilusión por participar en esa feria de vanidades.

Una excepción afortunada es la del poeta Javier Pérez Walias (Plasencia, 1960) que el próximo miércoles 9 a las 20.15 h, presentará su último libro, titulado Acodo y publicado por RIL Editores. “Acodar” es, según el DRAE, “meter debajo de tierra el vástago o tallo doblado de una planta sin separarlo del tronco o tallo principal, dejando fuera la extremidad o cogollo de aquel para que eche raíces la parte enterrada y forme otra nueva planta”. Se dice “acodar” y “acodo” porque la forma resultante semejaría un codo hundido en la tierra, como un brazo que echara un pulso a la naturaleza: en realidad es lo que hace, al burlar de algún modo el ciclo natural de las cosas y echar nuevas raíces sin haberse separado del tronco madre, o padre.

"Hace tiempo que Cáceres, en cuanto a actos literarios, está muy por debajo y su feria del libro tiene un aire provinciano"

En la poesía de Pérez Walias siempre hay un pulso con los orígenes: esa tensión ineludible al pensar en nuestros familiares entre lo que nos une y lo que nos separa, y que en el narcisismo de nuestros días va perdiéndose, pues diríase que muchos se creen hijos de sí mismos, o surgidos de una generación (en los dos sentidos) espontánea, confundiendo espontaneidad con simple ignorancia.

Pese a su brevedad (veinte poemas, repartidos en dos “caras”) Acodo es un poemario importante, que como su anterior libro, W, se sumerge en el pasado familiar, pero aquí de un modo más concreto, como puede intuirse ya desde la dedicatoria, tan conmovida como enigmática: “Padre, nunca perdí de vista tu rostro / reflejado / en el agua / del río”. Frente a Narciso (“la poesía es narcisismo”, oí decir a un poeta extremeño, muy distinto de Pérez Walias), aquí el poeta no se ve a sí mismo al mirar las aguas del río: ve el rostro cambiante de su padre, muerto hace años, que va siendo también el suyo. Escrito poco antes de cumplir sesenta años, Acodo nos arrastra a una historia de vida desde el principio, que comienza por un axioma definitorio: “Mi infancia en el río lo cambió todo”. El río, símbolo desde Heráclito del cambio continuo, del correr de la vida y, sobre todo desde Jorge Manrique, de la fugacidad de nuestra existencia. Para Pérez Walias, ese río es el Jerte, río de montañas, bullicioso y cambiante, aquel en el que desde niño fue forjando el poeta su manera de estar, su manera de mirar. 

A lo largo de Acodo, el diálogo con el padre, que a veces es explícito, otras subyacente, va saliendo a la superficie o se sumerge, resulta, pese a los matices, entrañable y agradecido, con escenas como en la que le entrega al niño que fue “un puñado de nieve derretida” y en eso se distingue de toda una tradición de reproches filiales, desde la Carta al padre de Franz Kafka, a los libros recientes de Jesús Aguado, Eduardo Moga o Ricardo Menéndez Salmón sobre sus progenitores. En los últimos poemas se llega a un encuentro, no en un claro del bosque sino, en congruencia con este imaginario fluvial, en un remanso, lugar de serenidad y reconocimiento. 

*Escritor