Pues sí, aunque parezca mentira es precisamente la gente que debería estar más tranquila, serena, dispuesta a aprender, la que habitualmente se pronuncia, sin falta de pudor ni recato. Sin complejos.

Llama la atención leer, escuchar un programa en la radio, ver la televisión, asistir a una tertulia… y percatarte de que el tono altisonante, la agresividad, el ruido, ha sustituido a la formación, la mesura, la argumentación.

Quizás la clave vuelva a estar en la educación. Se añora recordar las enseñanzas de los maestros que nos marcaron. Las lecturas de los autores que tanto nos enseñaron. Las visiones de la vida de aquellos personajes a los que admirábamos y que vuelven una y otra vez a nuestras retinas.

Quiero pensar que este falso atrevimiento, algunos opinan que esconde una sustancial timidez o miedo al ridículo, será pasajero. Que como todo en la historia estamos ante un proceso cíclico. Que pronto volveremos a actualizarnos poniendo las cosas en su sitio: en definitiva, no hablamos tan solo de respeto, hablamos quizás aún más de hacer valer el proceso enseñanza-aprendizaje y ponerlo en funcionamiento en la práctica para cualquier situación que nos rodea.

De eso se trata. De que lo hemos conseguido asimilar con el paso del tiempo sirva para algo. La realidad nos pone a prueba. No todos estamos capacitados para todas las cosas. Cada uno ha adquirido con la práctica y el empeño una serie de habilidades y capacidades que hacen que nos diferenciemos.

Sin embargo, todavía es habitual observar como hay algunos que no es que quieran saber de todo. Es que quieren saber, o supuestamente demostrar, que saben más que cualquiera que les rodea.

Y ahí es cuando nos referimos a la impudicia. A esa falta de recato o de pudor a la que hacíamos alusión en el comienzo de este artículo. 

En muchas ocasiones he escuchado que el mejor líder es aquel que es capaz de rodearse de gente que puede enseñarle algo. Que, en román paladino, sabe más que él de determinados asuntos.

No siempre es fácil asimilar que es mejor estar callado que tener que pasar por el escarnio de que, una vez que no estás presente, se ponen en evidencia las múltiples carencias.

A eso también se le podría llamar humildad. Pero ese es otro déficit del que podríamos hablar en otra ocasión.