Llevo algunos meses advirtiendo de la locura en que se está convirtiendo el mercado del arte. Ante la falta de talento o de criterios para reconocerlo están aflorando troupes de artistas que solo o en compañía de otros perpetran atracos a pincel en mano contra el buen gusto. Ahora parece que esos robos también se dirigen a la cartera de ingenuos marchantes o compradores. Es lo que ha sucedido la semana pasada con Salvatore Garau (Cerdeña, 1967) quien ha vendido una escultura inmaterial (vamos, que no existe) en la sala Art-Rite de Milán con el título de ‘Io sono’ (Yo soy), que yo completaría con el adjetivo de ‘Yo soy…. un jeta’. La nada elevada a arte gracias a un incremento artificial del precio de las cosas en una subasta.

Es un claro ejemplo de ese ‘hamparte’ al que me he referido y que aún prostituye las estatuas de esta ciudad. Pero al menos ahí hay algo. El ‘getafe’ de Salvatore dice que «vende energía», que en este caso la obra de arte está en la mente del incauto comprador (y en el bolsillo del astuto pseudoartista en forma de 15.000 eurazos). Todo esto me recuerda mucho a ese cuento del Traje nuevo del emperador. Nadie por no parecer imbécil le decía que estaba desnudo. ¿Nadie le va a contar al comprador que ha tirado tanto dinero a la basura? Entiendo que en épocas de pandemia se agudice el ingenio, pero no para estafar, sino para conseguir obras de más belleza. Además, Salvatore ya se ha atrevido con otra obra, ‘Afrodita Piange’ (Afrodita llora). Pero sólo se ve un círculo dibujado en el suelo donde se supone que la ‘escultura inmaterial’ reposa. A mí esto me huele más a una operación de blanqueo de capitales que otra cosa. ¿Dónde colocas la obra en casa? ¿Cómo sabes si te la han robado? ¿En ese caso se puede llamar al seguro? Los niveles de estupidez humana están alcanzado límites insospechados. Refrán: Artista: no es lo mismo escupir que esculpir.