Esto de los cambios educativos empieza a ser un poco cansino. Desde que empecé a dar clase he conocido no sé cuántas reformas, tantas, que a veces ni yo misma sé en cuál estoy. Durante un tiempo, muy al principio, se simultanearon el antiguo BUP con la reforma de las reformas, esa que sacó a los niños de doce a catorce años de los colegios y los llevó a los institutos, en un alarde de estupidez que tanto daño hizo y sigue haciendo. Poco a poco, en cada ocurrencia, el sistema educativo aparece más dañado y haido perdiendo su función. Alargaron la edad de la educación obligatoria hasta los dieciséis (una medida acertada) pero sin preocuparse hasta mucho después de cómo había que hacer con quienes de verdad no querían seguir estudiando. Para hacer justicia, no todo ha sido malo. Dignificar la formación profesional ha sido un acierto mayúsculo, empañado por la solemne inutilidad de no crear itinerarios flexibles para que los alumnos puedan equivocarse y volver a recomenzar, sin abandonar el instituto. Las humanidades han ido desapareciendo, otro error, y la jerga administrativa ha enmarañado hasta el infinito la labor callada de los docentes. En medio, el fallido intento del bilingüismo, utilizado como elemento diferenciador, legislar a golpe de ocurrencia, y un cuerpo de profesionales sin incentivos y sin evaluación que pueden cometer los mismos errores o los mismos aciertos cada año sin que se les llame la atención, pero también sin que se les recompense. Ahora volvemos a lo mismo, aunque digan que no.

"No es cuestión de que se aprendan un autor o doscientos, sino de que lean a muchos de ellos"

Los experimentos no pueden salir de despachos de catedráticos de pedagogía que nunca, nunca, han estado en un colegio o un instituto un viernes a última hora, o si me apuras, un miércoles a segunda, qué más da. Que no vengan con milongas de eliminar el aprendizaje memorístico, que no me pongan como ejemplo la lista de los reyes godos que había dejado de enseñarse ya en mi época. Todo es mejorable, todo es discutible, todo puede solucionarse. No es cuestión de que se aprendan un autor o doscientos, sino de que lean a muchos de ellos, pero tampoco podemos depender de los buscadores de internet para todo. Memorizar algunos datos para no tener que consultarlo todo en el móvil no es dañino. Que se dejen de tonterías. Tendré que acatar de nuevo sus ilusionismos, pero desde ahora mismo me declaro objetora de conciencia. No me van a convencer nunca de que aprender menos significa saber más. Lo demás es frase de taza de desayuno, o como escribió uno de los autores que memoricé y leí sin que se me derritiera el cerebro, tierra, humo, polvo, sombra, nada. 

*Profesora y escritora