Como haberlas haylas, anoche yo celebré mi noche de san Juan particular, lejos de botellones en la playa y hogueras multitudinarias. Imagino que muchas personas hicieron lo mismo, encomendarse a un santo, una creencia, una tradición o a lo que sea que pueda ofrecer cierta sensación de amparo. Somos frágiles, somos humanos, y si algo hemos aprendido durante estos largos meses, ha sido precisamente eso, que basta un virus desconocido, mucho menos letal como el sarampión, para paralizar el mundo entero. Somos seres racionales, sí, pero cierta dosis de irracionalidad nunca viene mal, sobre todo si está acompañada del prestigio que tiene esta noche mágica. Algunos lanzan coronas de flores al agua, otros, esperan a la medianoche para ver el rostro de su futuro amor en un reflejo o cascan un huevo, y los más, queman lo que quieren dejar atrás de un año en el que ha sido fácil elegir qué lanzar a las llamas. De esta pandemia nos salvará la ciencia, el conocimiento increíble que la humanidad ha ido atesorando siglo a siglo, a veces en lucha contra la superstición y las religiones. 

"A pesar de la insistencia de algunos en demostrar lo contrario, somos seres racionales"

Ahora también hemos vivido algo parecido aunque nuestra memoria se empeñará en borrarlo como las palabras escritas en el agua, pero ahí están las declaraciones de presidentes del gobierno, como Bolsonaro o Trump, de cantantes, chamanes y otros descreídos que abominaban de la ciencia y sus vacunas. Y la lejía como protección contra el virus, o las fiestas para contagiarse o las teorías conspiratorias que afirmaban que no existían los muertos ni los enfermos y que todo era una campaña para atemorizar a la población. Y los antivacunas que seguían defendiendo que dentro de cada dosis estaba oculto un chip de control para robarnos la mente o el alma, muy al estilo de las novelas de ciencia ficción o templarios y griales. A pesar de la insistencia de algunos en demostrar lo contrario, somos seres racionales, pero al mismo tiempo, tan frágiles, que no pasa nada por quemar un papel con lo que se quiere dejar atrás, lavarse la cara en el mar o saltar sobre una hoguera. Por pura casualidad, si es que la casualidad existe, este san Juan yo he cumplido con las dos partes: me he puesto la segunda dosis de la vacuna y he brindado con los espíritus de la noche más corta del año. Las dos cosas tienen algo de milagro. La hazaña de crear una defensa para un virus desconocido es un logro a la altura de la mejor historia que pueda contarse alrededor de un fuego. Y que estemos vivos y podamos seguir disfrutando de quienes nos rodean es un regalo que hay que agradecer de la forma que cada uno quiera. Todo lo demás puede esperar. Feliz verano. 

*Escritora y profesora