Miren ustedes por dónde, este artículo pudiera ser la continuación, por otros vericuetos, del que aquí se publicó la pasada semana. Hablaba entonces de cómo la muerte de los que nos son cercanos nos deja en desamparo, de cómo su ausencia nos aprieta los linderos de nuestras propias vidas. Así es, así creo que fue y será. Al menos es lo que me duele por dentro. Es el misterio, irresoluto e irresoluble, de vivir y morir. El jueves, en el coso de Pardaleras, antes de principiar el festejo, recordábamos, en silencio, a un puñado de ellos. Porque ya no están, porque esa puerta de toriles ya no la abrirá, vestido de corto y luz, Ángel Cruz. Ferrera dejó, junto a esa misma puerta de toriles, su montera, porque a él, torero, también le han amputado del alma un pedacito.

Pero del alma también se nos llevan jirones cada vez que se nos mueren rutinas compartidas. Las hechuras del día a día. Las andanzas nuestras de cada día. A este hilo se me adelantó el bueno de Juan José Ventura el otro día, en estas mismas páginas, cuando recordaba el estropicio acaecido en Radio 3 al jubilar por las bravas al ínclito Julio Ruiz y a su legendario ‘Disco Grande’ tras cincuenta años en antena. Parece ser que a Ventura como a mí, ‘Disco Grande’ y Julián Ruiz se nos antojan parte del paisaje y del paisanaje de nuestra propia vida. No ha muerto nadie, pero se nos ha muerto algo.

Y si eso pasa cuando no somos sino oyentes, qué no pasará cuando, poco o mucho, hemos colaborado con un programa de radio. La Rebotica de COPE Almendralejo Tierra de Barros, por ejemplo. Me han matado los jueves. Ya no volverá a llamarme Blas Sánchez. Ya no volveré a oírle a él, ni a Jota Jota, ni siquiera a Loli Izquierdo. Al menos, no en las ondas. Se acabó La Rebotica. Y, a más morir, se acabó La Rebotica de los jueves, la de la tertulia, la de José Manuel Gordillo, Román Prieto y el que esto firma. A mí se me han muerto tres años de jueves y libertad. Pero a los oyentes de COPE se les han muerto treinta y cuatro años de radio y más. Más opiniones, más sonrisas, más lágrimas… más vida compartida. Porque compartimos la vida con la radio, día a día, y más aún con la que nos habla de lo más nuestro, lo más cercano. Y ahora, a partir del uno de junio, en ese camino crecerá la hierba…

En la hora de la despedida solo encuentro palabras de gratitud. Y es que a fuerza de jueves me he hecho, más si cabe, de Almendralejo. He encontrado bajo su cielo mi sitio. Y, al amparo de Loli Izquierdo, un espacio inmenso y fuerte de libertad en unos tiempos en que todo se vende al mejor postor (que en Extremadura suele ser ese tridente infernal al que llaman junta-diputación-ayuntamiento). Y eso es de valientes. Así que… ¡gracias, valientes!

Porque sin libertad de opinión no podemos llamarnos libres. Y la libertad de opinión suele navegar contra las corrientes de los poderosos, de su dinero y de su poder. Lo cómodo es opinar a favor del amo; no por eso las opiniones del esclavo dejan de ser opiniones pero no son libres, por eso algo huele a podrido en Dinamarca (en la radio, en la prensa, en la televisión y hasta en las redes) cuando opina el esclavo. Lo otro, la libertad, La Rebotica por ejemplo, es de valientes…

Para ellos se cierra una puerta, pero se abren cientos. Pero yo les echaré de menos. Almendralejo también. Dejan un hueco dentro. Y no cierro yo, le tomo prestado el cierre a Juan José Ventura: «¡una hecatombe!». Otra... Pues eso.

*Abogado