No sé a ustedes, pero a mí eso de que, por el mero hecho de ostentar el poder, un político tenga la potestad de anular las penas de los reos me parece, además de injusto y antidemocrático, anacrónico. Los más serviles y sectarios no tardarán en lanzárseme a la yugular pensando que escribo solo a propósito de los últimos indultos sobre los que hemos tenido noticias. Y es seguro que argüirán que el indulto forma parte del ordenamiento jurídico y que está regulado por ley. Por eso, aclaro de antemano que mi opinión alude a esos indultos de los que se han beneficiado los golpistas catalanes -por supuesto que sí- pero también a la figura del indulto de modo genérico, con independencia de quiénes sean los agraciados. Asimismo, huelga decir que el hecho de que algo pueda ser legal en un determinado momento no supone ningún obstáculo a la hora de defender una postura contraria a que eso sea así de por vida. La negación de esa posibilidad de reforma y modernización de leyes y normativas nos anclaría al pasado más remoto y perpetuaría la vigencia de preceptos legales que pudieron haber tenido razón de ser en otros tiempos, pero que no son admisibles en la actualidad. Y ese, y no otro, es el caso del indulto, que representa un anacronismo inaceptable en nuestros días, una antigualla que nos retrotrae a una época en que a los reyes y nobles se les presuponía dotados de una superioridad moral cercana a lo divino, de la que emanaba esa caprichosa capacidad para condenar y perdonar a los individuos.
Ahora, el don divino no se posa sobre los hombros de los monarcas, sino sobre ministros y presidentes de gobierno. Pero esto no reduce ni un ápice el carácter discrecional del indulto. Más bien al contrario; si acaso, lo acrecienta, y lo convierte en un vulgar instrumento para granjearse apoyos y afectos. Eso sí, yerran quienes se creen habilitados para actuar de manera absolutamente arbitraria en lo relativo a los indultos. Porque, también en lo referente a esta medida, han de cumplirse una serie de exigencias legales. Y existen dudas acerca del rigor con que el gobierno ha actuado a este respecto. De tal modo que, si ya resulta cuestionable el hecho de que, en pleno siglo XXI, el ‘mandantón’ de turno pueda servirse de los indultos para perdonar a los de su cuerda o para conjugar las piezas con objeto de configurar una partida que le sea favorable, el hacerlo de manera tan tosca y errática coloca al gobierno ‘socialcomunista’ en una posición moral y legal difícilmente defendible. Quizá por eso el aroma de la derrota y la prevaricación se entremezclan en el ambiente. Y parece que la espada de Damocles se cierne sobre la cerviz de Sánchez y de sus ministros. La duda es si serán ajusticiados antes en las urnas o en los tribunales.
*Diplomado en Magisterio