Hoy quería escribirte a ti, sí , a ti que pasas tu existencia pendiente de los demás, de lo que hacen, de lo que dicen, del milímetro exacto de la línea normativa de la que se han desviado en un descuido, porque ahí estás tú, vigilante, para señalar con tu dedo acusador y poner en evidencia que los demás somos sólo humanos.
A ti, que temes asomarte al espejo porque sabes que eres el reflejo de días y días perdidos en espiar a otros, en decir sobre otros, en malmeter, pero nunca en hacer nada relevante, fructífero o provechoso. Porque no sabes crear, sólo controlar y comentar.
En estos tiempos de paranoia y miedo a la libertad personajes como tú os desenvolvéis con más facilidad y menos vergüenza. Como me decía un amigo, sois los resentidos, los activistas del aplauso a "lo público”, dedicados a escudriñar, reconvenir y juzgar a sus vecinos detrás del visillo; envidiosos de que otros tengan vida, intereses y ocupaciones propias, más allá de la dedicación exclusiva al cumplimiento de normas absurdas y al chivarse por ello.
Porque no hay nada detrás de cada palabra hueca o de cada intento de demostrar que valéis para otra cosa. Flojos y mediocres.
Y justo lo que necesitaban vuestra inquina y medianía era una tarima (minúscula e inestable, y normalmente prestada por un partido) desde la que haceros oír, vociferar consignas adoptadas y otear las vidas ajenas con toda la rabia, el resentimiento y la envidia de las que sois capaces. Y sois muy capaces, hay que reconocerlo.
No quiero imaginar el vacío de vuestro día cuando por fin bajáis de esa tarima prestada, cerráis la puerta de casa y tenéis que volver a vuestra nada, oscura y vulgar. Es posible que en algún momento os encontréis con alguien que no se calla, ni os teme, ni os da la importancia que no tenéis, que os vea cómo sois y sin el disfraz.
Y es posible que un día, si el rencor onanista hacia vuestra propia existencia os lo permite, caigáis en la cuenta de que hay gente que es feliz, que disfruta de su trabajo, que se para por el camino a ver el paisaje y que se preocupa por los demás para hacer camino con ellos y no para ponerles zancadillas o cargarles las mochilas de piedras.
Pero dudo que lleguéis a esa conclusión. Para eso necesitaríais la ayuda de algún buen amigo (aclaración: amigo no es lo mismo que correligionario, de hecho los correligionarios no suelen ser leales amigos, porque se trata de intereses, al fin y al cabo), pero el caso es que al final nadie quiere vuestra compañía porque acaba saliendo la negrura del resentimiento de entre las costuras de vuestra apariencia vacía, y los demás preferimos silbar, querer y reír durante el trayecto.
*Periodista