Entonces, Gabriel Rufián, ufano y mano en bolsillo, enfila tribuna de oradores y micrófono y suelta: “Señor presidente, ha dicho que nunca habrá un referéndum de autodeterminación. La verdad es que también dijo que no habría indultos, así que denos tiempo"

No hace falta demasiado análisis para comprender por qué esta declaración del diputado de Esquerra Republicana (ERC) tan “meta", ha sido especialmente celebrada por la derecha mediática. La hoguera de Twitter, la ristra de memes, la altisonante declaración de Arrimadas (que, por cierto, estuvo brillante cuando instó a Sánchez a que “levante la cabeza, que es usted el presidente de España, no baje la mirada ante el separatismo”) se han convertido en la jugada de la semana, en la última lanza presta contra la estatua Sánchez. Ya digo que se presta a ello: como bofetada tiene estilo (y punto de retranca muy español, por cierto). Pero no puedo unirme a la fiesta.

Porque, al menos lo que yo vi, no pasa de mero teatro. Además, con coreografía y tempo perfecto. Hasta el casting era acertado, y eso ya es mucho. El Gollum del separatismo, ese Rufián que clama por su anillo de la Cataluña separada pero no abandona jamás a los hobbits españoles, con los que en realidad muestra una confortable relación de tocapelotas/animador de la selección española. En el otro lado del ring un Pedro Sánchez cuya marca como presente es la resistencia. Al que le resbalan las cosas por sistema. Así que ante una andanada mediática lo que esperábamos de él era pura frialdad. Como cuando salía Bud Spencer, ya sabíamos que había mucha bofetada y poca sonrisa. Pues eso. Como escena tenía un pase.

Todos se sumaron, claro, al auto de fe (republicano y muy federal) contra Sánchez. Unos (Junts) hablaban de “cuento”, y otros (CUP) ni se apean un ápica de su ánimo del referéndum unilateral y ya, desde ahora, tremendamente victorioso frente al goliath. Pues que se lo digan a Mbappé, no sé.

Lo cierto es que todo estaba y sonaba más que guionizado. Se trataba de que admirásemos la valentía y la abnegación de un presidente sometido a una chanza en pos del bien común. De esa virtud que reside en el diálogo y en la concordia. Porque si no ha usado esos dos posibles un millón de veces en las últimas dos semanas, no lo ha hecho nunca. Su redondo mantra.

"El juego al separatismo llevaba el cáliz, que conocía de sobra, de que vendría la jauría secesionista a decir que ni han pedido ni quiero limosna"

Tampoco entiendo porque las formaciones de la oposición (el resto del parlamento es cómodo observador, y ya tienden sus sombreros a ver qué caramelitos caen de la brega separatista) le acusa ahora de esta traición. Se han quedado en la primera temporada, esto ya lo contó Rivera en ese 2018 que parece ahora prehistoria.

Es indudable que Sánchez tiene muchos méritos, es difícil resistir más o mostrar menos respeto por la hemeroteca (y la palabra dada). Pero es, reconozcámoslo, casi un arte. Incluso una tormenta perfecta como es una pandemia mundial que, más allá de manifestaciones ochomarzistas aparte, cogió a la mayoría de gobiernos con el pie cambiado. Y a él igual, pero a partir de ahí poco le ha cambiado.

Sánchez no va a renunciar al reparto (cuasi discrecional, gracias Vox) de los necesarios fondos de recapitalización europeo. Y ante un congreso que no le pasaba ninguna ni le daba árnica era hora de rescatar el viejo plan, ese que se negó en la campaña electoral. El juego al separatismo llevaba el cáliz, que conocía de sobra, de que vendría la jauría secesionista a decir que ni han pedido ni quiero limosna. Repasen el discurso del Liceu, verán.

Poco precio a pagar por una prórroga de dos años en los que todo, todo, puede pasar. Así que ya sabe la derecha que su indignación queda bonita en la foto de una manifestación. Pero que eso no pasa de la primera página del periódico. Queda trabajo de verdad por hacer y ellos sí que ven la tramoya en la que se marca la hoja de ruta que lleva a Rufián a decir lo que dice y a Sánchez a bajar la cabeza. A ambos les conviene.

Como todo es tan evidente, sólo quedan que pensar si piensan que el votante es imbécil o un inocente redomado. Ya lo decía Baggini en su libro “¿Se creen que somos tontos?”, es difícil que no lo piensen cuando sus medias verdades y sus apasionados reacciones nos calan a la primera. No todos los políticos son iguales y, aún más claro, no actúan igual. Si nosotros lo hacemos, es un estímulo para que sigan su camino. No es lo que deberíamos ser. No.

*Abogado, experto en finanzas.