Todavía hay quien cuestiona que nuestro dedo acusador señale la palabra «maricón» como si fuese una palabra neutra, vacía. Como si fuese la primera vez que se pronuncia, mientras agreden a algún chico cuya masculinidad es cuestionada por «la manada». 

Porque son eso, «manadas» de machos alfa que dan palizas, violan y matan a las mujeres, a los «maricones» o «nenazas», a las (otras) mujeres que, según ellos, «no saben lo que es un buen macho», a los «travelos de mierda», en definitiva, a todo lo que se tenga que someter por ser de ese otro lado de la raya, donde comienza lo femenino. 

Lo que se somete, se domina, se impone, se moldea y diseña para el disfrute de los machos es «la feminidad».

A diario vemos cómo desde el primer «mariquita» escuchado en el patio del colegio, hay niños que se esfuerzan por encajar en el grupo, para que los otros, los que pueden llegar a cumplir el papel de la masculinidad hegemónica, la que manda, la que «debe ser», le consideren uno más, le otorguen el «apto» para pertenecer al grupo. 

No hay que mirar muy lejos para reconocer a las niñas que intentan una y otra vez cumplir con lo que toca para no escuchar eso de «marimacho» y ser humillada tanto que cuando cumples 15 tienes tan dentro que lo que sientes es malo, que te odias lo suficiente como para querer e intentar desaparecer, para no volver a escuchar o leer las palabras «bollera de mierda» que te miran directamente a los ojos, situándote en el espacio de la masculinidad cuestionada y la obligación de vivir la feminidad y el ser mujer de una manera muy concreta. 

Solo hay que ver los periódicos, redes sociales e informativos para ver cómo desde la burla, la chanza y el chiste se cuestiona a niñxs, jóvenes y personas adultas que, expresando quienes son, son cuestionados en base a su genitalidad. Desde todos los espacios. 

Este es el caldo de cultivo. Sobre esto debemos trabajar si lo que nos preocupa, de verdad, es que no haya más casos como el de Samuel, si queremos que las mujeres desarrollen sus vidas desde el respeto, la seguridad y la igualdad real, si queremos reconocer que la diversidad es intrínseca a los seres humanos y que las feminidades y masculinidades pueden ser vividas y no juzgadas.

Desde aquí hay que legislar y educar si queremos construir una sociedad que no persiga a quienes se niegan a cumplir el mandato del patriarcado cis-hetero-normativo (que no es otra cosa que lo que nos obliga a ser mujeres oprimidas, sumisas, objeto, hombres dominantes, privilegiados y machistas sin espacio para el reconocimiento de las identidades trans o no binarias). Solo leyendo lo que he escrito pienso que no. Ese no es el mundo que quiero para mis hijxs ni para lxs tuyxs. No quiero más asesinatos, no quiero más intervenciones ante intentos de suicidios, no quiero más llamadas para que la respuesta sea «¡bah!, son cosas de críos». 

Necesitamos compromiso que nos ayude a canalizar la rabia, necesitamos compromiso para que dejemos de escuchar las mismas cosas en centros educativos, en estadios de fútbol o en canciones de reguetón. 

Y sí, toca posicionarse. No caben las medias tintas, no cabe la defensa parcial de la igualdad. El enemigo es común, está ahí fuera y solo conseguiremos vencerlo si lo hacemos juntas.

La desigualdad, la exclusión, hay que abordarlas sin dejar a nadie atrás. Están muy bien los minutos de silencio, los carteles y eslóganes, los «días D», pero, para cambiar las cosas, se necesita la intervención diaria. Nos hemos cansado de pelear por trozos. 

Como diría mi compañero de batallas «no hemos llegado hasta aquí para volver a tener miedo de ser, estar o de amar». 

Ahora te toca a ti decidir de qué lado estás.