Merced a los vientos de la política, hoy mismo con tan sólo pronunciar la palabra chuletón, usted podrá ser observado en cualquier restaurante o mercado como un individuo de derechas, taurino, homófobo, negacionista del cambio climático y fascista. 

En efecto, la política a la que están jugando nuestros políticos es la viva representación del absurdo y la discordia es su elemento. Lo cómico teje de forma intensa y activa nuestro destino. 

Seguro que cualquiera que pertenezca a la militancia de un partido político, cualquiera, con ánimo de medrar, sabe de qué hablo, pues una vez que se entra en el redil, sabe que no le estará permitido ser por completo sincero; un ser humano que se entrega por diversión a jugar a la política no se pertenece a sí mismo, sino que obedece ya a otras leyes, las del absurdo, las leyes del disparate y la inepcia. Y todo ello salpicado de la perniciosa tentación frentista que parecía más que superada. 

A la vista está que no. A la vista está que un chuletón sirve para que salgan en tromba los de un bando para golpear a los del otro bando. Sirve para el estampido cualquier chispa por inapreciable o ridícula que sea. Hace unas semanas el enfrentamiento venía originado por una serie documental en la que Rocío Carrasco denunciaba el supuesto maltrato recibido durante años por su marido. Ahí estaban las dos Españas tirándose de las greñas. O estás a favor de la madre o en contra, pero en medio o en tierra de nadie, imposible.

La tirantez crece por minutos entre los bandos. Dos. Siempre dos. La templanza no se contempla. Tienes que estar donde unos u otros te digan. Ellos, los fanáticos de los dos bandos llevan anteojeras en el pensamiento y exigen obediencia ciega, «de cadáver para sus propias opiniones» según Stefan Zweig.

No se respira en esta maldita época un solo día de paz, de espíritu armonizador. No hay manera de limar los conflictos mediante una generosa compresión de los unos hacia los otros.

Días más tarde la pugna ha estallado a cuenta del asesinato del joven Samuel en Galicia por una manada de bárbaros desquiciados. Imposible ha sido con tanto ruido humanizar el discurso de los unos y de los otros. Los decibelios apagaban de un soplo el deseo de los padres de Samuel. Hacía un llamamiento el padre con el fin de no convertir a su hijo en bandera de nadie, en icono de ninguna causa que no fuera la de la solidaridad con los más necesitados. IMPOSIBLE también. El deseo del papá de Samuel se esfumaba, se apagaba como una llamita en mitad de un vendaval. Y ya estaba el lío de los bandos otra vez agusanando nuestro equilibrio mental.

La concordia se nos resiste en cada acontecimiento como si ahí afuera hubiera una bandada de perros hambrientos deseando hincar el diente al primero que pasa. Resulta muy frustrante porque nadie rectifica o se esmera, nadie sacrifica su desbocada emoción identitaria por alcanzar un pacto o un solo día de tranquilidad y eficacia. Imposible. Nadie cede. O, mejor dicho, sí, sí ceden los justos y bondadosos a riesgo de ver sitiada la verdad ante la insistencia de la injusticia. Léase Norte contra Sur y víctimas contra verdugos. 

¿Acaso entiende uno solo de nuestros políticos que el arte de la cordialidad, la conciliación y la conformidad no crece entre multitudes crispadas? Es la piedra del odio levantando un muro entre nosotros, un adefesio de monumento que altera la pureza del aire. Todo junto entristece, altera. Desespera ver esta carencia de políticos dotados con un mínimo de trayectoria intelectual robusta. Políticos que no hagan chocar las frases, que abandonen todo símbolo amenazador, el hacha mortífera.

Menos Maquiavelo y más Erasmo de Rotterdam, el filósofo contemplador del mundo. Adivinen: para Maquiavelo el sentido final era el poder y el desplegamiento del poder, para Erasmo, la justicia.

* Periodista