En Italia lo llaman ‘el misterio’ y no es otro que quién se quedará con la herencia de Raffaella Carrá. Me pido su buen rollo. Todos somos herederos de su euforia, albaceas del ritmo que te entra en las venas cuando alguien la sintoniza. Su vital testamento nos lega que para hacer bien el amor hay que venir al Sur, que el corazón nos debe explotar viviendo y que desde luego te la juegas si tienes a alguien en el armario. Qué dolor. La diva tenía un cuantioso patrimonio, no tuvo hijos pero sí pudieron revolotearla algunos cuervos, que es lo que le pasa a los que tienen mucho dinero, mucho talento o incluso un pisito de clase media pero carecen de prole o herederos claros. Hay dos sobrinos y una pareja discreta. O sea, se van dando todos los actores para un culebrón que mantenga el verano transalpino entretenido y a los programas del cuore ocupados.

A mí me hizo muchas veces feliz, lo que no significa que esté dispuesto a pagar impuesto de sucesiones tras su muerte, pero sí estoy presto a rendirle tributo en mi memoria, guateques, fiestorros o momentos depre. La Carrá siempre ha levantado el ánimo y ahora hay quien quiere levantarse unos millones de liras o un apartamentazo en la Roma eterna a costa de su talento. Si en España no fuéramos unos tristes le pondríamos más calles a Rafaella. En Madrid ha habido un conato, un cacho de plaza. Es el Madrid de Ayuso y su concepto de libertad el que primero ha reaccionado. Si en una de esas comisiones municipales que estudian los nombre de calle a poner o quitar llega alguien con la propuesta Carrá, lo mismo le abren expediente, cuando tendrían que abrirle la pista de baile. A la Carrá le debemos la reversión de ese clima de decadencia que tarde o temprano llega a cualquier celebración, sea boda, bautizo, comunión, barbacoa o comida de empresa. Justo en el momento en el que nos ponemos solemnes, babosos, bronqueras o tristones, ya son las tantas y la gente amenaza con irse, alguien pone u ordena poner a la Carrá, ya para siempre en ese olimpo con Camilo Sesto y tantos. Heredemos su ritmo.

*Periodista