Hay libros que tardan en madurar, y más aún en publicarse. Por suerte, al contrario que los yogures, las modas, o los políticos, la buena literatura no tiene fecha de caducidad. Es el caso del poemario Perder naturaleza, de Pablo López Carballo (Cacabelos, León, 1983), que acaba de publicar la editorial Trea. Sus anteriores libros, desde Sobre unas ruinas encontradas (2010) a La dictadura de la perspectiva (2017), mostraban la evolución de lo que podría definirse como una poesía de la mirada, de un ojo tan indagador como artífice, influida por poetas como la española Olvido García Valdés o el uruguayo Eduardo Milán, aunque con un sello personal que contenía, entre otros rasgos, cierta ironía sobre el acontecer vital y la escritura poética.  

Este último poemario, dedicado tanto a la amada como a los ancestros o “ascendientes”, se articula como un relato mítico de los orígenes, sobre todo en la parte inicial, “Los primeros días” que narra el devenir de unos humanos al inicio de la historia, para los cuales “su cuerpo era una forma de pensar” y que “sabían lo que hacer con la desolación”. En la segunda parte, “El tiempo entre dos notas mal transcritas” que parece evocar, con ironía, el best-sellerEl tiempo entre costuras, el yo lírico narra su vivir con esas personas “que tienen manos de tierra”, que “no saben escribir” pero se entienden mediante un código de símbolos, que trasluce la aspiración del poeta a un lenguaje más sencillo e inmediato, adecuado a un vivir primordial, básico, pero donde “nadie pasaba hambre”, en una armonía como la de esas casas que se hacen “con el ruido del agua”, con atención a los ritmos naturales y que por eso es improbable que se caigan. Poco a poco, en medio de estos seres míticos se van insertando otros tan reales como la madre o la abuela, en gestos cotidianos como la comida o “los besos del frío” en el invierno. 

La tercera parte, la más amplia con diferencia, se titula “Las cosas” y resulta una honda indagación fenomenológica (recuérdese el lema “a las cosas mismas” de Edmund Husserl, el padre de la fenomenología), es decir, de análisis de la percepción en un entorno básico (“He venido / a la casa / para encerrarme / dentro / entre las cosas”) que recuerda a veces, en su dicción a la vez irónica y vinculada con el habla rural, a José-Miguel Ullán (“a otro árbol / con esos tientos”) pero que es congruente con esa busca de la esencialidad, de esa naturalidad que hemos perdido, que hila todo el poemario. En “Sigue siendo un poema” se describe cómo objetos tan básicos como una lata, jarra o un hilo de coser (el hilo, que va tejiendo el texto, es una imagen recurrente en la escriturade López Carballo) son apreciadas porque “en ese tiempo / las cosas no suponían / ambigüedad alguna, / de igual modo / que ocurre ahora / en el poema”. Quizás en ese deseo de “tener una vida / silenciosa / como ellas, / en mengua”, haya también la nostalgia de una existencia menos ajetreada, pues, signo de estos tiempos del precariato, el poeta se gana la vida trabajando, a tiempo parcial, en tres universidades. El libro termina con un excelente poema extenso, “Memoria de lo callado” y una sección de poemas en prosa, “Las formas, el mundo”. 

Distinguía Albert Caraco entre el “hombre de letras”, siempre pendiente de la reacción ajena, buscando relacionarse con quienes puedan promocionarlo, y el escritor atado a un proyecto vital y de escritura que lo lleva por rumbos ignotos, que va descubriendo al avanzar. En Perder naturaleza se trasluce esa aspiración imposible, la de quien, frente a esas ceremonias de la anuencia de los escritores que (se) venden, prefiere “habitar la orilla” e intentar, una y otra vez, “representar el agua”, reflejar el discurrir multiforme de la existencia.