La política suele reducirse, en el mejor de los casos, a un conjunto de ideología, marketing y gestión, y en el peor, a una sola de esas cosas. La ética está expulsada del debate hace tiempo, y las emociones solo son utilizadas, en su versión menos noble, como sustrato de la propaganda electoral. Pero las emociones son estructurales: el ser humano es materia prima de la política e inconcebible un ser humano sin emociones. 

Desde el comienzo de la pandemia creo que, singularmente en este caso, las emociones son fundamentales. Y, por el contrario, la mayoría de representantes institucionales -con muy escasas, aunque también muy honrosas, excepciones- no lo han comprendido. Si cualquier trauma está inevitablemente trufado de fuertes sentimientos, aún más una pandemia que está dejando un terrible rastro de muerte y aislamiento. El miedo primero, el dolor por la pérdida después, el sufrimiento por la soledad de enfermos y familiares, la angustia arrastrada por graves y extendidas secuelas, la distancia a la que estamos condenados, y, en fin, la zozobra ante la incapacidad de terminar con la pandemia año y medio después, llevan dominando nuestro ánimo, con distinta intensidad, durante demasiados meses. 

Se trata de un hito histórico que tiene muy poco que ver con lo que hemos vivido, pues toda catástrofe tiene un impacto limitado, tanto en el tiempo como en su duelo y consecuencias. Aunque la pandemia, como todo, terminará algún día, no parece tener un final cercano y cerrado, de manera que a la desazón de un presente incierto se une la de un futuro en el que quizá tengamos que convivir definitivamente con una nueva amenaza. Es posible que una pandemia solo se pueda asemejar, en este sentido emocional, a una guerra: sabemos que terminará, pero ni cuándo ni, lo que es peor, cómo. 

Aunque la pandemia, como todo, terminará algún día, no parece tener un final cercano y cerrado

La pandemia es una profunda y enorme herida. Un antes y un después. A día de hoy aún es una herida abierta, todavía infectada y dolorosa, que sigue produciendo temor y angustia. Que parece lejos de curarse, aún más lejos de cerrarse y aún mucho más de cicatrizar. 

No parecen tenerlo muy claro los responsables institucionales, porque se empeñan en añadir sal y vinagre a la herida, o, si queremos decirlo de otro modo, en aumentar el tamaño y la profundidad de la herida con otra herida. Porque tan doloroso como sufrir todo lo enumerado anteriormente, ha sido, está siendo, parece que va a seguir siendo, asistir al ensimismamiento de la inmensa mayoría de la clase política, ahogada en la prepotencia, arrastrada por el fango de la propaganda, empeñada en convertir la mentira y la manipulación en materia prima de la gestión, enredada en mediocres juegos de poder e incapaz de ordenar el caos de un país convertido en reino de taifas. 

Habrá tiempo de hacer balance de esta catástrofe política, pero baste de momento con recordar que muy pronto se nos dijo que habíamos vencido al virus, poco después que la vacunación lo solucionaría todo y con demasiada urgencia se quiso hablar de pospandemia. A día de hoy tenemos doscientos muertos semanales. 

Lo cierto es que la victoria sobre el virus aún está lejos, que las vacunas por sí solas nunca fueron solución y que una pandemia tiene características globales de una complejidad mucho mayor que apresurarse por sostener a toda costa un sistema económico que agoniza, entre otras cosas, porque es incapaz de poner a las personas por encima del dinero.

No se ha querido aprender la principal lección de la pandemia, y es que hay que sustituir el sistema de producción/consumo por otro de bienestar/cuidados. Uno inhumano por otro humano. Soy consciente de que en este momento una mayoría de la población -entre la que me incluyo- es muy pesimista ante la posibilidad de un cambio social, pero no es menos cierto que el cambio es inherente a la evolución de la vida, y se terminará produciendo.

Lo que hay que hacer es impulsarlo, acelerarlo y estar preparado para acompañarlo. Se lo debemos a los que, en crisis y catástrofes anteriores, lo dieron todo por el futuro, y también a todos los que han luchado por la vida durante los últimos meses hasta el último aliento, en mayor o menor soledad, asfixiados bajo una máscara de oxígeno. 

* Licenciado en Ciencias de la Información.